viernes, 2 de septiembre de 2011

JMJ. Impresiones II

Bajar en el inmenso aeropuerto de Barajas puede parecer una cosa insignificante para quienes viajan seguido. Dicen que el aeropuerto de Chicago en EEUU es gigantesco. No lo sé. Pero aterrizar en Barajas dice más para uno que ha nacido en esta parte del mundo. Es tocar una tierra que nos ha vinculado por muchísimos años.

Todavía quedan los que siempre tienen bronca con alguien para poder vivir que se quejan de que hayamos heredado la lengua y perdido la original. ¿Qué será original? El indoeuropeo me parece más original que el castellano, pero nadie se queja de que algunos malvados lo hayan olvidado. Nosotros somos quienes somos hoy. Y llegar a Madrid a compartir la fe con millones de jóvenes tiene un significado muy elocuente.

Esto es lo que significó para mí caminar por el aeropuerto de Barajas. Salir y encontrar esas suaves lomadas castellanas salpicadas de olivos, imaginando lo mucho que allí se vivió y se dijo. Pensando en los largos y calurosos caminos de Santa Teresa, o la osadía de San Juan de la Cruz. Pensar en el errante camino de San Juan de Avila o San Pedro de Alcántara. Todavía más pensar en los sueños fantasiosos de Lope de Vega o Miguel de Cervantes- Otra cara de mi propio ser. Muy diferente, pero dentro de mi, a la que viví cuando pisé las tierras mexicanas y comprendía sin quererlo lo que significaba para mi historia personal la culura candelaria del noroeste argentino, en contraste con los aires aztecas de aquellas tierras tan benditas.

Ahora fue vivir esa otra parte de mi ser, la que se expresa en la lengua y la escritura y que me dice más que en cualquier idioma. Muy lindo el francés y qué gusto escucharlo, simpático el inglés tan comunicador de jóvenes de todas partes. Silencioso el alemán que los de aquella patria parecían querer callar. No dijeron ni una palabra. Pero nada como el propio idioma, ¿no? ¿Se dieron cuenta los que fuimos o no? Tal vez no. Eramos ganadores. Hasta el Papa habló en nuestra lengua. Me sorprendió Vincenzo que de su Italia natal habla como un argentino más. Me sentí solidario con Giovanni que se esforzaba por entenderme y por darme algún vocablo italiano para que yo pudiera expresarme. Quería a toda costa encontrar a los coreanos porque aprendí a decir "no" (aniá) y "sí" (dé) en aquel extraño idioma. No los encontré. Los confundí con unos laosianos. Convengamos que le pegué en el palo. Descubrí en el mapa que son el País vecino de los coreanos.

Qué satisfacción descubrir todas estas diferencias. El idioma dice mucho más que sus vocablos. Dice del modo de comprender la vida y del acento de las cosas a las que le damos importancia. Idiomas más sintéticos y concretos. Idiomas más ricos y expresivos. Idiomas de pocos vocablos pero muy significantes. Y así cada uno. ¿Nosotros qué? Me siento contento. Encontré en España muchas palabras que uso y que aquí en Argentina, las generaciones jóvenes no usan. Lo que más me gusta de mi idioma es que puedo expresarme más. Puedo decir más con matices sutiles que el que me escucha comprende. Así como los fantásticos cuadros del Museo del Prado. apenas trazos, delicados vestidos, transparencias sugerentes. Claros y oscuros matizados por sombras insinuadas. Así siento que nos expresábamos nosotros. El que lea quizá piense mucho a qué quiero llegar. No es un comentario lingûístico. Es una experiencia vital de gran riqueza. Me siento feliz de poder expresarme siempre y mucho. Y tengo la sensación de que quienes usan idiomas con menos palabras, al ser tan concretos, se pierden fantásticos colores de la vida. Seguramente es sólo una sensación.

¡Gracias, Señor, por habernos hecho vivir un Pentecostés apasionante! Muchos idiomas y un solo corazón. Muchas expresiones y una sola alma. Muchísimas historias y una sola fe.

2 comentarios:

  1. Qué privilegio!! =D ...Es verdad las lenguas eran muchas! pero fueron unas barreras que superamos sin muchos problemas!...creo que todos interiormente hablabamos el mismo idioma: el amor para Cristo!

    Vincenzo

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  2. Que lindos recuerdos me trae su experiencia tan fresca de la reciente JMJ y la comparo con la ya lejana pero no olvidada experiencia que tuve de la misma en el año 2000, Año del Jubileo, con el Gran Juan Pablo II, una experiencia única, cerca con aquel hombre que marcó nuestra vivencia de la Iglesia. La figura de él la de un GRANDE, apesar de su voz difusa, pero con la fuerza de la Palabra, sus manos teblorosas y cuerpo débil, pero fuerte en el Espíritu; el corazón cálido que se quebró de emoción cuando lo aplaudimos. Bellos recuerdos que comparto y atesoro, como los tuyos que ahora expresas.
    P. Luis Ignacio

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