lunes, 19 de septiembre de 2011

LES DEJO MI PAZ, NO COMO LA DA EL MUNDO

Así nos dice Jesús en sus palabras antes de ascender al Cielo. No como la da el mundo. Me parece que como la da el mundo es idealista, imperfecta y no durable.

Idealista porque pretende una unidad que se quiere lograr a fuerzas. A costa de querer que todos pensemos igual, que todos obremos igual. Ante la imposibilidad, se propone que el querer y el obrar del otro sea indiferente para mi. Que cada uno haga lo que le parece y eso estará bien. El costo es destruir la verdad.

Ante la oposición de dos principios contradictorios, debemos suponer que si los dos son verdades, ninguno lo es. Entonces, no es posible la verdad para vivir en la paz. La otra posibilidad es que cada uno haga lo suyo y que el uno no se meta con el otro. El costo será vivir en la indiferencia frente a la realidad del otro, el individualismo y la soledad. ¿podría haber paz allí?. Se destruiría la comunión.


El idealismo aparece porque se plantea como utopía. La paz no puede ser una utopía, tiene que ser una realidad. Entonces busquemos el camino.

La paz que da el mundo es imperfecta. Su imperfección proviene de la precariedad de sus motivaciones. Si las motivaciones para la paz se asientan en cosas determinadas que tienen poca gravitación en la vida de las personas como hechos más profundos, deja de lado los valores esenciales del hombre que necesitan ser compartidos. Por ejemplo, si la paz se asienta sobre el bienestar económico, sobre la soberanía territorial, sobre el acuerdo de las ideologías. Dirá alguno, también si se asienta sobre la unidad de la religión. No lo creo. Tendríamos que revisar nuestro concepto de religión. Aquí no es el tema. Con estos conceptos se destruiría todo humanismo.

La paz como la da el mundo no es durable. No necesitamos más que ver las diferentes historias sucedidas entre las naciones, o entre las familias, cuando se acuerdan sobre bases o poco o demasiado consensuadas. Ya nos está diciendo que los raciocinios como fundamento de la paz no llegan a abarcar todas las realidades que estan implicadas en la construcción de la misma.

Les dejo mi paz, nos dice el Señor. Su paz. Aquí está la clave de la paz auténtica del mundo. Aquí es de donde se sale de la posibilidad de la utopía. Que sea utopía vencer las disensiones de los hombres en torno a su propia convivencia o realidad es aceptable como un camino histórico necesario por la limitación de la razón y el protagonismo de los afectos. Que sea realidad es porque la humanidad misma tiene resuelto un factor que afecta decididamente la paz: el pecado. Y permítanme los no creyentes que se los diga así, el pecado. Constato una y otra vez que la realidad del pecado está marcada por una sentida ignorancia respecto de ese factor humano... y divino. Se vuelve rechazable para los no creyentes porque se ve como una mirada pesimista de la humanidad. Y la verdad que si no estuviera derrotado, sí lo sería. Pero el asunto es que el pecado es el obstáculo porque está en nuestra voluntad permanecer en él o darle protagonismo a él. El pecado fue derrotado por eso la paz es posible .

Les dejo mi paz, dice Jesús. Si sólo como hombre lo dijera, no dejaría de ser un buen deseo. Y hoy sería él un buen recuerdo. Pero Cristo es el hombre que ha pasado la derrota de la muerte, el que ha mostrado con su cuerpo llagado que el hombre ha vencido definitivamente lo que podía impedirle su felicidad. Por eso resulta extraño el rechazo de su persona, cuando él mismo es la prueba patente de que podemos alcanzar la paz. Resulta más extraño el rechazo de la existencia del pecado, del cual ya fuimos liberados. Negar su existencia es negar la posibilidad del bien objetivo. La experiencia cotidiana y sobradamente demostrada del mal que significa el pecado en el hombre es una prueba patentísima de que negarlo es salirse de la realidad, es evadirla, y sobre todo, es no redimirla.

Asumir la realidad del hombre salvado, socorrido por la mano de Dios, es la fuente de la paz. Lo que no podemos alcanzar por nuestras solas fuerzas ha sido alcanzado por nuestras fuerzas. No es una contradicción en los términos. El hombre nuevo, Jesús, alcanzó la victoria pero porque él mismo es la intervención de Dios en nuestra realidad, haciéndola más real.

Esa nueva realidad es el hombre llagado y resucitado. Así es la vivencia que nos hace realistas. Llagados y resucitados. Llagados porque lo cotidiano es encontrar el límite, la contradicción, los imposibles, las heridas del corazón y de la mente, la equivocación en el razonamiento, la ideologización de la verdad, etc. pero resucitados porque todo lo que divide, lo que obscurece la mente, lo que desquicia el deseo de la unidad y de la paz ya ha sido vencido.

La esperanza de la paz surge clara y ansiosamente deseable. Sin dejar al hombre llagado. Sin dejar las mil realidades que parecen decirnos que no. Empezando por nuestras propias heridas del pasado, del presente, de la sociedad, de las oscuridades de nuestras personalidades. Y siguiendo por las realidades contradictorias que contínuamente nos rodean. Hay esperanza, es posible. La paz en este mundo conlleva las llagas. El secreto está en el resucitado. El hombre que vive reconciliado interiormente y que encuentra en las llagas un signo: la victoria sobre el mal y la muerte.

Esa reconciliación consigo proviene de fuera del hombre como individuo. Proviene del hombre como el otro. Proviene de Cristo, el hombre. Es decir, que es recibida y compartida. Así, la reconciliación consigo como fuente de la paz, es reconciliación con el Otro, es reconciliación con Cristo, es reconciliación con Dios.

Les dejo la paz, no como la da el mundo. ¡Gracias por dejárnosla! La tomamos y la construimos. Sí.

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