¡Qué día! Meterse en el corazón de Juan, el discípulo amado... ha sido difícil. Más difícil es aceptar que nosotros, los discípulos de hoy estamos tan igual como aquellos. Desconcertados por el mundo que se opone a Jesús. Desconcertados por los que son indiferentes. Desconcertados porque nuestros propios corazones no tienen la altura necesaria para entrar en la Cena del Señor con todos sus sentimientos.
Pero más tranquilo me quedo. En realidad, cada vez que el Señor actualiza su Sacrificio ¡recreamos la escena completa! Provoca risa y asombra. El ingrediente de la Santa Cena sigue siendo el grupo de los discípulos en la intimidad con el Maestro, y el grupo de los discípulos dispuestos a la traición (con nuestros pecados personales, oponiéndonos al Evangelio en actitudes y modos de pensar), sin comprender demasiado lo que está ocurriendo en ese momento sublime (conversaciones en Misa, distracciones, ignorancia de lo que es la Eucaristía, etc.), queriendo ir con el Señor adonde El vaya ¡Si es necesario moriré contigo! le dice Simón. Y nosotros hacemos lo mismo. Pero no queriendo ir con el Señor hasta la cruz, y nosotros hacemos lo mismo. No queremos esa cuota de esfuerzo por superar los vicios, por dejar nuestras costumbres, por asumir el ridículo de ser cristianos.
Pero mejor voy con Juan a la Cena del Señor, porque con El puedo llegar al momento de contemplar al Señor sirviéndome, lavándome los pies. Me has dado el ejemplo, Maestro. Gracias. Tu gesto me desarma, me seduce y me cuestiona. Sí, quiero hacer lo mismo que Tú. Dame un corazón como el tuyo para amar hasta el extremo.
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