Es la sabiduría del Evangelio que Jesús nos enseña. Y esa parece ser la disyuntiva en la elección del nuevo Papa y en la mirada hacia el Papa Benedicto. Ahora aparecen muchos desilusionados y otros ilusionados. Los unos porque el Papa no tiene la impronta del papado notable, de aire señorial, o bie, de aire principesco; y los otros que, por el contrario, se alegran de esto y esperan "flexibilizaciones" en muchos temas de la vida íntima de la Iglesia.
Ya la sola palabra, flexibilización, habla de cuán distinta es la mirada del creyente del que cree serlo. Y hay diferencia. El creyente sabe que los cambios históricos son hechos que modifican el rostro de la Iglesia y de su presencia en el mundo. Puede que haya identificado, o sentido contento con tal o cual modo de expresión eclesial; pero sabe que, a la larga o a la corta, cada época tiene su modo, su momento. Así, ahora nos sentimos empujados por el Papa a mirar al de al lado de modo más simple, eso es todo. Es curioso que ese tipo de creyente extrañe cosas tan solemnes, pero que se regocije cuando ve un film sobre Juan XXIII y se sienta feliz de los gestos sencillos de ese Papa, ¡qué bueno! dice, pero si Francisco hace lo mismo ¡qué pena! dice. Si Juan Pablo II se olvidó de ponerse zapatos rojos en la reunión de cardenales, qué simpático, dice; pero si Francisco se los puso negros, qué mal, dice. Por otro lado, la figura tan solemne de Benedicto XVI parecía indicar una actitud cerrada, anticuada, retrógrada. Al punto que muchos católicos pensaron que volvíamos para atrás, unos para alegrarse y otros para lamentarse. Y resulta que ni una cosa ni la otra. Pero hay que reconocer que los gestos dicen y empujan. Cuando Benedicto aprobó la celebracion de la misa según el rito de Juan XXIII salieron a relucir las casullas antiguas, se sacaron muchas conclusiones de la importancia de la Sagrada Liturgia y la dignidad y todo lo demás. Cuando Francisco hizo gestos de simplicidad, descartando muchas formas litúrgicas de las que habían reflotado, salieron ahora a buscar si los divorciados y vueltos a casar podían comulgar; si los sacerdotes se podrán casar, etc. Cada uno a su gusto, pero no siempre en gustos inocentes.
He leído comentarios de esperanzas de laicos sobre el nuevo Papa que indican, como lo mismo que comenté más arriba, que se tiene una mirada mundana sobre la fe, sobre cómo vivir la fe en nuestro presente. Esto ya nos pasó. Cuando pasó el Concilio Vaticano II aparecieron muchos con ganas de modernizar la Iglesia, y ese es un criterio mundano. No me parece que sea modernizar, sino evangelizar la nueva cultura, hacer que el signo y sacramento que es la Iglesia misma se presente como tal en lo que cabe, sin perder su identidad, su misión, el Evangelio. No todos los moldes de las cosas presentes sirven para volcar el Evangelio al mundo actual. Hay cierta identidad que siempre nos hará sentir como extranjeros en el mundo. Eso es necesario. Pero hay otras cosas de este mundo que nos exigen una imagen renovada, un Evangelio mejor presentado a la sensibilidad del hombre de hoy. El gran desafío, y eso es lo que veo en el Papa Francisco, una natural y sencilla manera de presentarse al mundo. A la vez, eficaz. ¿Será que estamos dando mucha vuelta para encontrarle el agujero al mate?
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