He leído muchas ideas sobre la reforma de la Iglesia en la actualidad. A mi me venía inquietando esa distancia que encontraba y aún encuentro de nuestras comunidades con las masas. Es decir, sin hablar despectivamente, por el contrario, digamos mejor, con el grueso de la sociedad. Como Iglesia dejamos de ser una referencia. Hace pocos meses un Hermano de Comunidad me decía que en sus pueblos (es pastor de varios pequeños poblados), carenciados, la gente piensa que si alguien es evangélico es persona honrada, y si es católico, se puede esperar cualquier cosa, y más aún, seguro un mal comportamiento.
Esto me hace ver que la distancia de la Iglesia con las masas no se debe a la ropa del Papa, sino a la comunidad eclesial que por diversos frentes tiene necesidad de una reforma.
El Papa, en su homilía de la Misa Crismal hizo referencia al grupo de párrocos (nada menos) que se han declarado en desobediencia e invitan a hacerlo. No voy a referirme al punto, del que el Papa habla con mucha claridad; sino me refiero al hecho de que este grupo de sacerdotes propugna un reforma en la vida de la Iglesia presionando con su actitud. Aducen que si no lo hacen muchos católicos abandonarán la Iglesia.
Tan sólo en esta actitud de estos sacerdotes encuentro una necesidad de reforma en la Iglesia. Me pregunto ¿qué formación recibieron estos sacerdotes? Y no me refiero a la formación intelectual, sino a la formación eclesial, la que da la experiencia de vida en la vida de la Iglesia y la que vive el sentir del pueblo fiel. Alguno ya me verá de reojo pensando en que soy "demasiado ortodoxo" como un comentario a otra de mis publicaciones lo dijo. Pero ¿la ortodoxia es un mal en la Iglesia?. Entiendo que esta manera de ver nuestro comportamiento eclesial en el cual hay que ser rebelde para ser verdaderamente libre, o para ser fiel al Evangelio de Cristo es un verdadero mal si lo consideramos como una premisa de eclesialidad. Desde el vamos no es así.
Un comentario que he comenzado a leer de Victor Codina sobre esta Iglesia del post concilio Vaticano II comienza con una referencia al antes y después de la Liturgia. El autor hace una sensata reflexión de que la liturgia expresa el ser eclesial. Sí. Y luego habla del antes y el después, características de muchos católicos que tienen ese "complejo" (he conocido muchos) que viven su presente como una suerte de destape, y asumen una actitud rebelde por esencia. Los que nacimos con el Concilio, la verdad, no los entendemos. Comprendemos que han recibido una herida y que por ella hablan, pero nosotros vivimos en una Iglesia de después del Concilio, no necesitamos pasar por una ruptura.
No descartaré por eso las auténticas aspiraciones de una nueva manera de vivir nuestro ser Iglesia. Al contrario, por ello decía al principio de mi inquietud. Rescato desde allí las actitudes de los que sienten fuertemente esa necesidad, pero descarto que ello provenga de un oponernos los unos a los otros, y más, oponer o desconocer el carisma de gobierno de la Iglesia. Desconocer los carismas es desconocer la Iglesia. Negar la obediencia a quien se debe es romper la Iglesia. Presionar no está mal, siempre que no se utilice para ello las armas del mundo político porque las presiones se ejercen desde los carismas auténticos en la Iglesia. Un ejemplo paradigmático, y hoy profético, es San Francisco de Asís. Vivió uno de los momentos más necesitados de reforma en la vida de la Iglesia, pero nunca se alzó en desobediencia ni contra el Papa ni contra todo el aparataje curial de aquel momento. Sin embargo, su vida fue una presión en la Iglesia.
Los sacerdotes en desobediencia plantean que reciben el apoyo del pueblo creyente. ¡Seguro! Nunca va a faltar quien te apoye si propones que no haya celibato, que las mujeres se ordenen sacerdotisas, que haya divorcio, que se aborte, etc. siempre hay público para toda propuesta. No hay que olvidar el momento coyuntural de cultura que vivimos. Hoy todo vale por este relativismo que es capaz de aceptar todo sin ningún prejuicio. Si así lo hiciéramos ¿quiénes somos? ¿Dónde está la esencia de nuestro ser cristiano?
Este es el gran planteo del presente. Los que ven las cosas de la otra cara están muy preocupados porque los gestos, sobre todo en el ecumenismo parecen hacernos perder quiénes somos. Alli ven heterodoxia, lo contrario de la ortodoxia. Claro, si le abrimos las puertas a los que piensan distinto en la fe, vamos a perder la fe de la Iglesia. ¡Qué riesgo! Pero si nos encerramos en nosotros mismos, lo advierte SS. Francisco, nos enfermamos. Si salimos, podemos accidentarnos. ¡Prefiero una Iglesia accidentada antes que una enferma! dijo el Papa. Y yo estoy de acuerdo con su modo de ver. Pero como creo como católico, si no estuviera de acuerdo, lo mismo lo sigo, porque creo en una Iglesia carismática, y en su pensamiento hay luz del Espíritu Santo.
Esto último hace la diferencia entre una presión política, en un seguir las propias ideas con las mociones del Espíritu Santo y seguir a Cristo, Pastor que no se equivoca en su Iglesia, que no la lleva a la perdición sino a la salvación mediante la mediación humana que comenzó con él mismo. Aquí está para mi un punto fuerte de reforma. No lo veo en si hay sacerdotisas o si los curas son casados. Lo veo en si aceptamos que los gestos y las palabras siguen siendo el modo en que Dios se manifesta al hombre, si los carismas son reales o simples organizaciones. Si el ministerio del Papa es una figura representativa o el Vicario de Cristo. Si sabemos ser obedientes, ni conniventes ni obsecuentes ni obstinados. Las grandes señales del Espíritu en estos días no las queramos capitalizar para nuestras ideas, sino para escuchar con claridad la voz del Maestro. El es fiel.
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