Comencé a leer un libro de Scott Hahn, converso del protestantismo al catolicismo. En sus comienzos cuenta que en el afan evangelizador que tenía de joven procuraba sacar a los católicos de sus gruesos errores. Le resultaba muy fácil porque veía que ignoraban completamente su fe y las Sagradas Escrituras. Era, dice, como pescar patitos de plástico en una palangana.
Esto le ocurría en los años 70. ¿Qué diría hoy ese señor? El Papa Benedicto luchó a brazo partido sobre ese punto. Marcó que la ignorancia de los católicos es el gran mal de nuestro tiempo. Y sí, pensemos si algún laico es capaz de defender su fe o proponerla en su ambiente de trabajo. Me parece que más difícil le parecerá lo segundo que lo primero. ¿Qué es lo que pasa en el corazon de tantos buenos creyentes católicos que no son capaces de decir algo, se quedan paralizados, no saben qué responder ante los cuestionamientos que se les presentan?
Si bien hay diversas razones, y algunas ya comenté aquí; creo que podemos señalarlas como punto de superación.
Una de ellas es el relativismo. Nos sentimos invadidos por un modo de pensar que cree que no existe la verdad, y nuestra fe es algo opinable. Así la vivimos también. En este relativismo, lo supuestamente científico ha tomado una valor de verdad mucho más incidente en nuestra conciencia que la verdad misma. Si la ciencia puede algo, eso es la verdad. Y oponerse de algún modo a ello es quedarse atrás, ser retrógrado, o poco inteligente.
Lo segundo es la fuente de lo anterior. Ignoramos y no razonamos nuestra fe. No tenemos ganas de conocerla. Estoy convencido de que esto proviene de no dejarnos invadir por el Espíritu Santo y de no tomar la decisión firme de ser cristianos. Alguno dirá ¡Sí que soy cristiano! Entonces te pregunto ¿por qué sientes pudor, vergüenza de ello? ¿Por qué no hablas de Cristo en tu ambiente diario? ¿Te sientes avergonzado? Esto quiere decir que no te has dejado invadir por el Espíritu de Cristo y no has tomado la decisión firme de serlo.
Este dejarnos invadir por el Espíritu es asumir un amor a Dios tan fuerte que no nos importe lo que digan los demás, que tengamos ganas inmensas de comunicarlo. porque si no hay comunicación, no hay conversión auténtica, o no la hay profunda. Quien ama a Dios porque antes se supo amado por El, no duda en compartirlo.
martes, 30 de abril de 2013
LOS CATÓLICOS, ¡DESPIERTEN!
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viernes, 26 de abril de 2013
ESTAMOS ENCONTRANDO UN CAMINO
He leído muchas ideas sobre la reforma de la Iglesia en la actualidad. A mi me venía inquietando esa distancia que encontraba y aún encuentro de nuestras comunidades con las masas. Es decir, sin hablar despectivamente, por el contrario, digamos mejor, con el grueso de la sociedad. Como Iglesia dejamos de ser una referencia. Hace pocos meses un Hermano de Comunidad me decía que en sus pueblos (es pastor de varios pequeños poblados), carenciados, la gente piensa que si alguien es evangélico es persona honrada, y si es católico, se puede esperar cualquier cosa, y más aún, seguro un mal comportamiento.
Esto me hace ver que la distancia de la Iglesia con las masas no se debe a la ropa del Papa, sino a la comunidad eclesial que por diversos frentes tiene necesidad de una reforma.
El Papa, en su homilía de la Misa Crismal hizo referencia al grupo de párrocos (nada menos) que se han declarado en desobediencia e invitan a hacerlo. No voy a referirme al punto, del que el Papa habla con mucha claridad; sino me refiero al hecho de que este grupo de sacerdotes propugna un reforma en la vida de la Iglesia presionando con su actitud. Aducen que si no lo hacen muchos católicos abandonarán la Iglesia.
Tan sólo en esta actitud de estos sacerdotes encuentro una necesidad de reforma en la Iglesia. Me pregunto ¿qué formación recibieron estos sacerdotes? Y no me refiero a la formación intelectual, sino a la formación eclesial, la que da la experiencia de vida en la vida de la Iglesia y la que vive el sentir del pueblo fiel. Alguno ya me verá de reojo pensando en que soy "demasiado ortodoxo" como un comentario a otra de mis publicaciones lo dijo. Pero ¿la ortodoxia es un mal en la Iglesia?. Entiendo que esta manera de ver nuestro comportamiento eclesial en el cual hay que ser rebelde para ser verdaderamente libre, o para ser fiel al Evangelio de Cristo es un verdadero mal si lo consideramos como una premisa de eclesialidad. Desde el vamos no es así.
Un comentario que he comenzado a leer de Victor Codina sobre esta Iglesia del post concilio Vaticano II comienza con una referencia al antes y después de la Liturgia. El autor hace una sensata reflexión de que la liturgia expresa el ser eclesial. Sí. Y luego habla del antes y el después, características de muchos católicos que tienen ese "complejo" (he conocido muchos) que viven su presente como una suerte de destape, y asumen una actitud rebelde por esencia. Los que nacimos con el Concilio, la verdad, no los entendemos. Comprendemos que han recibido una herida y que por ella hablan, pero nosotros vivimos en una Iglesia de después del Concilio, no necesitamos pasar por una ruptura.
No descartaré por eso las auténticas aspiraciones de una nueva manera de vivir nuestro ser Iglesia. Al contrario, por ello decía al principio de mi inquietud. Rescato desde allí las actitudes de los que sienten fuertemente esa necesidad, pero descarto que ello provenga de un oponernos los unos a los otros, y más, oponer o desconocer el carisma de gobierno de la Iglesia. Desconocer los carismas es desconocer la Iglesia. Negar la obediencia a quien se debe es romper la Iglesia. Presionar no está mal, siempre que no se utilice para ello las armas del mundo político porque las presiones se ejercen desde los carismas auténticos en la Iglesia. Un ejemplo paradigmático, y hoy profético, es San Francisco de Asís. Vivió uno de los momentos más necesitados de reforma en la vida de la Iglesia, pero nunca se alzó en desobediencia ni contra el Papa ni contra todo el aparataje curial de aquel momento. Sin embargo, su vida fue una presión en la Iglesia.
Los sacerdotes en desobediencia plantean que reciben el apoyo del pueblo creyente. ¡Seguro! Nunca va a faltar quien te apoye si propones que no haya celibato, que las mujeres se ordenen sacerdotisas, que haya divorcio, que se aborte, etc. siempre hay público para toda propuesta. No hay que olvidar el momento coyuntural de cultura que vivimos. Hoy todo vale por este relativismo que es capaz de aceptar todo sin ningún prejuicio. Si así lo hiciéramos ¿quiénes somos? ¿Dónde está la esencia de nuestro ser cristiano?
Este es el gran planteo del presente. Los que ven las cosas de la otra cara están muy preocupados porque los gestos, sobre todo en el ecumenismo parecen hacernos perder quiénes somos. Alli ven heterodoxia, lo contrario de la ortodoxia. Claro, si le abrimos las puertas a los que piensan distinto en la fe, vamos a perder la fe de la Iglesia. ¡Qué riesgo! Pero si nos encerramos en nosotros mismos, lo advierte SS. Francisco, nos enfermamos. Si salimos, podemos accidentarnos. ¡Prefiero una Iglesia accidentada antes que una enferma! dijo el Papa. Y yo estoy de acuerdo con su modo de ver. Pero como creo como católico, si no estuviera de acuerdo, lo mismo lo sigo, porque creo en una Iglesia carismática, y en su pensamiento hay luz del Espíritu Santo.
Esto último hace la diferencia entre una presión política, en un seguir las propias ideas con las mociones del Espíritu Santo y seguir a Cristo, Pastor que no se equivoca en su Iglesia, que no la lleva a la perdición sino a la salvación mediante la mediación humana que comenzó con él mismo. Aquí está para mi un punto fuerte de reforma. No lo veo en si hay sacerdotisas o si los curas son casados. Lo veo en si aceptamos que los gestos y las palabras siguen siendo el modo en que Dios se manifesta al hombre, si los carismas son reales o simples organizaciones. Si el ministerio del Papa es una figura representativa o el Vicario de Cristo. Si sabemos ser obedientes, ni conniventes ni obsecuentes ni obstinados. Las grandes señales del Espíritu en estos días no las queramos capitalizar para nuestras ideas, sino para escuchar con claridad la voz del Maestro. El es fiel.
Esto me hace ver que la distancia de la Iglesia con las masas no se debe a la ropa del Papa, sino a la comunidad eclesial que por diversos frentes tiene necesidad de una reforma.
El Papa, en su homilía de la Misa Crismal hizo referencia al grupo de párrocos (nada menos) que se han declarado en desobediencia e invitan a hacerlo. No voy a referirme al punto, del que el Papa habla con mucha claridad; sino me refiero al hecho de que este grupo de sacerdotes propugna un reforma en la vida de la Iglesia presionando con su actitud. Aducen que si no lo hacen muchos católicos abandonarán la Iglesia.
Tan sólo en esta actitud de estos sacerdotes encuentro una necesidad de reforma en la Iglesia. Me pregunto ¿qué formación recibieron estos sacerdotes? Y no me refiero a la formación intelectual, sino a la formación eclesial, la que da la experiencia de vida en la vida de la Iglesia y la que vive el sentir del pueblo fiel. Alguno ya me verá de reojo pensando en que soy "demasiado ortodoxo" como un comentario a otra de mis publicaciones lo dijo. Pero ¿la ortodoxia es un mal en la Iglesia?. Entiendo que esta manera de ver nuestro comportamiento eclesial en el cual hay que ser rebelde para ser verdaderamente libre, o para ser fiel al Evangelio de Cristo es un verdadero mal si lo consideramos como una premisa de eclesialidad. Desde el vamos no es así.
Un comentario que he comenzado a leer de Victor Codina sobre esta Iglesia del post concilio Vaticano II comienza con una referencia al antes y después de la Liturgia. El autor hace una sensata reflexión de que la liturgia expresa el ser eclesial. Sí. Y luego habla del antes y el después, características de muchos católicos que tienen ese "complejo" (he conocido muchos) que viven su presente como una suerte de destape, y asumen una actitud rebelde por esencia. Los que nacimos con el Concilio, la verdad, no los entendemos. Comprendemos que han recibido una herida y que por ella hablan, pero nosotros vivimos en una Iglesia de después del Concilio, no necesitamos pasar por una ruptura.
No descartaré por eso las auténticas aspiraciones de una nueva manera de vivir nuestro ser Iglesia. Al contrario, por ello decía al principio de mi inquietud. Rescato desde allí las actitudes de los que sienten fuertemente esa necesidad, pero descarto que ello provenga de un oponernos los unos a los otros, y más, oponer o desconocer el carisma de gobierno de la Iglesia. Desconocer los carismas es desconocer la Iglesia. Negar la obediencia a quien se debe es romper la Iglesia. Presionar no está mal, siempre que no se utilice para ello las armas del mundo político porque las presiones se ejercen desde los carismas auténticos en la Iglesia. Un ejemplo paradigmático, y hoy profético, es San Francisco de Asís. Vivió uno de los momentos más necesitados de reforma en la vida de la Iglesia, pero nunca se alzó en desobediencia ni contra el Papa ni contra todo el aparataje curial de aquel momento. Sin embargo, su vida fue una presión en la Iglesia.
Los sacerdotes en desobediencia plantean que reciben el apoyo del pueblo creyente. ¡Seguro! Nunca va a faltar quien te apoye si propones que no haya celibato, que las mujeres se ordenen sacerdotisas, que haya divorcio, que se aborte, etc. siempre hay público para toda propuesta. No hay que olvidar el momento coyuntural de cultura que vivimos. Hoy todo vale por este relativismo que es capaz de aceptar todo sin ningún prejuicio. Si así lo hiciéramos ¿quiénes somos? ¿Dónde está la esencia de nuestro ser cristiano?
Este es el gran planteo del presente. Los que ven las cosas de la otra cara están muy preocupados porque los gestos, sobre todo en el ecumenismo parecen hacernos perder quiénes somos. Alli ven heterodoxia, lo contrario de la ortodoxia. Claro, si le abrimos las puertas a los que piensan distinto en la fe, vamos a perder la fe de la Iglesia. ¡Qué riesgo! Pero si nos encerramos en nosotros mismos, lo advierte SS. Francisco, nos enfermamos. Si salimos, podemos accidentarnos. ¡Prefiero una Iglesia accidentada antes que una enferma! dijo el Papa. Y yo estoy de acuerdo con su modo de ver. Pero como creo como católico, si no estuviera de acuerdo, lo mismo lo sigo, porque creo en una Iglesia carismática, y en su pensamiento hay luz del Espíritu Santo.
Esto último hace la diferencia entre una presión política, en un seguir las propias ideas con las mociones del Espíritu Santo y seguir a Cristo, Pastor que no se equivoca en su Iglesia, que no la lleva a la perdición sino a la salvación mediante la mediación humana que comenzó con él mismo. Aquí está para mi un punto fuerte de reforma. No lo veo en si hay sacerdotisas o si los curas son casados. Lo veo en si aceptamos que los gestos y las palabras siguen siendo el modo en que Dios se manifesta al hombre, si los carismas son reales o simples organizaciones. Si el ministerio del Papa es una figura representativa o el Vicario de Cristo. Si sabemos ser obedientes, ni conniventes ni obsecuentes ni obstinados. Las grandes señales del Espíritu en estos días no las queramos capitalizar para nuestras ideas, sino para escuchar con claridad la voz del Maestro. El es fiel.
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jueves, 25 de abril de 2013
TOMAR DE LO NUEVO Y LO VIEJO
Es la sabiduría del Evangelio que Jesús nos enseña. Y esa parece ser la disyuntiva en la elección del nuevo Papa y en la mirada hacia el Papa Benedicto. Ahora aparecen muchos desilusionados y otros ilusionados. Los unos porque el Papa no tiene la impronta del papado notable, de aire señorial, o bie, de aire principesco; y los otros que, por el contrario, se alegran de esto y esperan "flexibilizaciones" en muchos temas de la vida íntima de la Iglesia.
Ya la sola palabra, flexibilización, habla de cuán distinta es la mirada del creyente del que cree serlo. Y hay diferencia. El creyente sabe que los cambios históricos son hechos que modifican el rostro de la Iglesia y de su presencia en el mundo. Puede que haya identificado, o sentido contento con tal o cual modo de expresión eclesial; pero sabe que, a la larga o a la corta, cada época tiene su modo, su momento. Así, ahora nos sentimos empujados por el Papa a mirar al de al lado de modo más simple, eso es todo. Es curioso que ese tipo de creyente extrañe cosas tan solemnes, pero que se regocije cuando ve un film sobre Juan XXIII y se sienta feliz de los gestos sencillos de ese Papa, ¡qué bueno! dice, pero si Francisco hace lo mismo ¡qué pena! dice. Si Juan Pablo II se olvidó de ponerse zapatos rojos en la reunión de cardenales, qué simpático, dice; pero si Francisco se los puso negros, qué mal, dice. Por otro lado, la figura tan solemne de Benedicto XVI parecía indicar una actitud cerrada, anticuada, retrógrada. Al punto que muchos católicos pensaron que volvíamos para atrás, unos para alegrarse y otros para lamentarse. Y resulta que ni una cosa ni la otra. Pero hay que reconocer que los gestos dicen y empujan. Cuando Benedicto aprobó la celebracion de la misa según el rito de Juan XXIII salieron a relucir las casullas antiguas, se sacaron muchas conclusiones de la importancia de la Sagrada Liturgia y la dignidad y todo lo demás. Cuando Francisco hizo gestos de simplicidad, descartando muchas formas litúrgicas de las que habían reflotado, salieron ahora a buscar si los divorciados y vueltos a casar podían comulgar; si los sacerdotes se podrán casar, etc. Cada uno a su gusto, pero no siempre en gustos inocentes.
He leído comentarios de esperanzas de laicos sobre el nuevo Papa que indican, como lo mismo que comenté más arriba, que se tiene una mirada mundana sobre la fe, sobre cómo vivir la fe en nuestro presente. Esto ya nos pasó. Cuando pasó el Concilio Vaticano II aparecieron muchos con ganas de modernizar la Iglesia, y ese es un criterio mundano. No me parece que sea modernizar, sino evangelizar la nueva cultura, hacer que el signo y sacramento que es la Iglesia misma se presente como tal en lo que cabe, sin perder su identidad, su misión, el Evangelio. No todos los moldes de las cosas presentes sirven para volcar el Evangelio al mundo actual. Hay cierta identidad que siempre nos hará sentir como extranjeros en el mundo. Eso es necesario. Pero hay otras cosas de este mundo que nos exigen una imagen renovada, un Evangelio mejor presentado a la sensibilidad del hombre de hoy. El gran desafío, y eso es lo que veo en el Papa Francisco, una natural y sencilla manera de presentarse al mundo. A la vez, eficaz. ¿Será que estamos dando mucha vuelta para encontrarle el agujero al mate?
Ya la sola palabra, flexibilización, habla de cuán distinta es la mirada del creyente del que cree serlo. Y hay diferencia. El creyente sabe que los cambios históricos son hechos que modifican el rostro de la Iglesia y de su presencia en el mundo. Puede que haya identificado, o sentido contento con tal o cual modo de expresión eclesial; pero sabe que, a la larga o a la corta, cada época tiene su modo, su momento. Así, ahora nos sentimos empujados por el Papa a mirar al de al lado de modo más simple, eso es todo. Es curioso que ese tipo de creyente extrañe cosas tan solemnes, pero que se regocije cuando ve un film sobre Juan XXIII y se sienta feliz de los gestos sencillos de ese Papa, ¡qué bueno! dice, pero si Francisco hace lo mismo ¡qué pena! dice. Si Juan Pablo II se olvidó de ponerse zapatos rojos en la reunión de cardenales, qué simpático, dice; pero si Francisco se los puso negros, qué mal, dice. Por otro lado, la figura tan solemne de Benedicto XVI parecía indicar una actitud cerrada, anticuada, retrógrada. Al punto que muchos católicos pensaron que volvíamos para atrás, unos para alegrarse y otros para lamentarse. Y resulta que ni una cosa ni la otra. Pero hay que reconocer que los gestos dicen y empujan. Cuando Benedicto aprobó la celebracion de la misa según el rito de Juan XXIII salieron a relucir las casullas antiguas, se sacaron muchas conclusiones de la importancia de la Sagrada Liturgia y la dignidad y todo lo demás. Cuando Francisco hizo gestos de simplicidad, descartando muchas formas litúrgicas de las que habían reflotado, salieron ahora a buscar si los divorciados y vueltos a casar podían comulgar; si los sacerdotes se podrán casar, etc. Cada uno a su gusto, pero no siempre en gustos inocentes.
He leído comentarios de esperanzas de laicos sobre el nuevo Papa que indican, como lo mismo que comenté más arriba, que se tiene una mirada mundana sobre la fe, sobre cómo vivir la fe en nuestro presente. Esto ya nos pasó. Cuando pasó el Concilio Vaticano II aparecieron muchos con ganas de modernizar la Iglesia, y ese es un criterio mundano. No me parece que sea modernizar, sino evangelizar la nueva cultura, hacer que el signo y sacramento que es la Iglesia misma se presente como tal en lo que cabe, sin perder su identidad, su misión, el Evangelio. No todos los moldes de las cosas presentes sirven para volcar el Evangelio al mundo actual. Hay cierta identidad que siempre nos hará sentir como extranjeros en el mundo. Eso es necesario. Pero hay otras cosas de este mundo que nos exigen una imagen renovada, un Evangelio mejor presentado a la sensibilidad del hombre de hoy. El gran desafío, y eso es lo que veo en el Papa Francisco, una natural y sencilla manera de presentarse al mundo. A la vez, eficaz. ¿Será que estamos dando mucha vuelta para encontrarle el agujero al mate?
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miércoles, 17 de abril de 2013
DAR PASOS DE FIDELIDAD
Definitivamente sólo hay que comenzar. Buena la publicación donde evangelizar no significa cortar y pegar. Es comenzar a dejar que lo que tengo de riqueza se ponga al servicio de muchos. Ser creativos. Una consigna que comienzo a aplicar con mayor fuerza y que pienso que todos tenemos que hacer.
¿Qué es creatividad y cómo se compagina con fidelidad? Este es un punto importante a la hora de buscar una nueva evangelización. Ya señalé que romper con la historia de modo absoluto es un error. Fue la lucha de Benedicto XVI. Es cierto, muy europeo el Santo Padre para decirlo. Pero al fin y al cabo fue él. Y está bien, nos enriqueció con un magisterio impactante. Sentí que su fidelidad bien pensada, inteligente, fiel, estaba revestida de algunos gestos que parecieron no acompañar esa audacia que tan bien se le ha notado, por ejemplo su gusto de retomar el uso de algunos ornamentos litúrgicos que dieron pie a muchos a pensar que "volvíamos atrás". Unos se alegraron, otros se entristecieron. Esos gestos no permitieron valorar, a mi parecer, la inmensa riqueza que nos dejó, y favoreció, sin proponérselo, que nos quedaramos en cosas que se sentían superficiales. Rescato un gestos de catolicismo auténtico: la carta a los católicos chinos, la apertura a los anglicanos, el buen diálogo con los ortodoxos, los judíos y los musulmanes, la revalorización de la Misa de Juan XXIII, la disposición al diálogo con los ateos. Y hay muchos más.
Pero no me propongo hablar del Papa emérito, sino de ver cómo estamos en este momento en que la llegada del Papa Francisco ha plasmado un nuevo rumbo, pero que está ciertamente fundado en los pasos que dejó el Papa Benedicto. A lo aportado por este último ahora se suma la simplicidad, el volver la mirada hacia los laicos con más decisión, a descubrir que la Iglesia es guiada por el Espíritu Santo no sólo desde las oficinas de la Santa Sede, ni de las curias episcopales, sino que es toda la Iglesia la que resucita contínuamente en la realidad histórica. No se asuste nadie. No hablo de una democratización. Esto sería grosero. No son categorías que se pueda aplicar al Cuerpo de Cristo. Hablo de abrir los oídos al Espíritu que vive en su Iglesia. Es posible. En una iglesia carismática, no monárquica; orgánica, no indiferenciada.
Creo que los peligros radican más bien en las inspiraciones ideológicas. Estas son las que arruinan las buenas motivaciones. El Papa nos está dando una pista muy clara. Nos libramos de esto cuando vemos desde el Evangelio todas las realidades. Cuando las despojamos de las tradiciones con minúscula y nos asentamos en las Tradiciones con mayúsculas, esas que los Padres de la Iglesia afirmaban con tanta frescura. Todo su lenguaje era Evangelio. Es un momento de confusión en el pensamiento. Veo que algunos corren hacia los antiguos pensadores y otros creen ser pensadores innovadores, pero son infieles cuando se fundan en ideologías de moda y no disciernen estas. Cuando hacen proposiciones de ruptura con lo más esencial de la vida del cristiano creyendo que descubrieron la pólvora.
Esto es lo que hace difícil un buen discernimiento de fidelidad auténtica. Y esto para el laico más sencillo. El influjo de estilos de vida, ideologías dominantes, razonamientos dominantes, confunden al creyente más fiel. Otros sucumben ante los pensadores modernos con ideas que se les ocurrieron quién sabe cuando. Otros corren a refugiarse en un pietismo desencarnado. Buscan una fidelidad religiosa que no responde a las inquietudes de los muchos sedientos del Evangelio. Parece que se nos rompió la brújula. Pero ella está, sigue siendo el Evangelio de Cristo, leído y vivido en la comunidad, en la totalidad del Cuerpo de Cristo. En la fidelidad al Magisterio, y en la creatividad del pueblo llamado a la nueva evangelización.
¿Qué es creatividad y cómo se compagina con fidelidad? Este es un punto importante a la hora de buscar una nueva evangelización. Ya señalé que romper con la historia de modo absoluto es un error. Fue la lucha de Benedicto XVI. Es cierto, muy europeo el Santo Padre para decirlo. Pero al fin y al cabo fue él. Y está bien, nos enriqueció con un magisterio impactante. Sentí que su fidelidad bien pensada, inteligente, fiel, estaba revestida de algunos gestos que parecieron no acompañar esa audacia que tan bien se le ha notado, por ejemplo su gusto de retomar el uso de algunos ornamentos litúrgicos que dieron pie a muchos a pensar que "volvíamos atrás". Unos se alegraron, otros se entristecieron. Esos gestos no permitieron valorar, a mi parecer, la inmensa riqueza que nos dejó, y favoreció, sin proponérselo, que nos quedaramos en cosas que se sentían superficiales. Rescato un gestos de catolicismo auténtico: la carta a los católicos chinos, la apertura a los anglicanos, el buen diálogo con los ortodoxos, los judíos y los musulmanes, la revalorización de la Misa de Juan XXIII, la disposición al diálogo con los ateos. Y hay muchos más.
Pero no me propongo hablar del Papa emérito, sino de ver cómo estamos en este momento en que la llegada del Papa Francisco ha plasmado un nuevo rumbo, pero que está ciertamente fundado en los pasos que dejó el Papa Benedicto. A lo aportado por este último ahora se suma la simplicidad, el volver la mirada hacia los laicos con más decisión, a descubrir que la Iglesia es guiada por el Espíritu Santo no sólo desde las oficinas de la Santa Sede, ni de las curias episcopales, sino que es toda la Iglesia la que resucita contínuamente en la realidad histórica. No se asuste nadie. No hablo de una democratización. Esto sería grosero. No son categorías que se pueda aplicar al Cuerpo de Cristo. Hablo de abrir los oídos al Espíritu que vive en su Iglesia. Es posible. En una iglesia carismática, no monárquica; orgánica, no indiferenciada.
Creo que los peligros radican más bien en las inspiraciones ideológicas. Estas son las que arruinan las buenas motivaciones. El Papa nos está dando una pista muy clara. Nos libramos de esto cuando vemos desde el Evangelio todas las realidades. Cuando las despojamos de las tradiciones con minúscula y nos asentamos en las Tradiciones con mayúsculas, esas que los Padres de la Iglesia afirmaban con tanta frescura. Todo su lenguaje era Evangelio. Es un momento de confusión en el pensamiento. Veo que algunos corren hacia los antiguos pensadores y otros creen ser pensadores innovadores, pero son infieles cuando se fundan en ideologías de moda y no disciernen estas. Cuando hacen proposiciones de ruptura con lo más esencial de la vida del cristiano creyendo que descubrieron la pólvora.
Esto es lo que hace difícil un buen discernimiento de fidelidad auténtica. Y esto para el laico más sencillo. El influjo de estilos de vida, ideologías dominantes, razonamientos dominantes, confunden al creyente más fiel. Otros sucumben ante los pensadores modernos con ideas que se les ocurrieron quién sabe cuando. Otros corren a refugiarse en un pietismo desencarnado. Buscan una fidelidad religiosa que no responde a las inquietudes de los muchos sedientos del Evangelio. Parece que se nos rompió la brújula. Pero ella está, sigue siendo el Evangelio de Cristo, leído y vivido en la comunidad, en la totalidad del Cuerpo de Cristo. En la fidelidad al Magisterio, y en la creatividad del pueblo llamado a la nueva evangelización.
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martes, 16 de abril de 2013
LA ESPERANZA DE UN CRISTIANISMO NUEVO
El Papa ha llamado a ser coherentes. Si un pastor, o un fiel común no son coherentes en su vida cristiana, desprestigian la Iglesia, desprestigian el Evangelio. Esto es una realidad que no se necesita comprobar mucho. Pero lo que es llamativo es que si un laico, un bautizado común, es incoherente, esto no parece pesar mucho en la sociedad. Por ejemplo, si es un católico famoso por ser actor, no importa que tenga dos mujeres, que haya estafado a alguien, etc. Si ese mismo laico es catequista, entonces estalla la bomba, y todo es desprestigio para la Iglesia.
Creo que el llamado del Papa confirma lo que pienso: es la hora de los laicos, es la hora de que los bautizados asuman su importante misión, no sólo siendo buena gente, sino haciendo notar que esa bondad proviene de Cristo, de su fe, de su ser Iglesia. Esta condición eclesial necesita de una identidad propia, de una espiritualidad propia.
Es verdad, son tiempos difíciles. La invasión de las ideologías, la ignorancia religiosa, y la mundanización de los laicos, son obstáculos fuertes. Cuántos laicos que rezan cada día, se visten como paganos, hablan como ateos y callan como culpables. Cuántos bautizados buscan alguna ayuda espiritual en cualquier medio, se creen cualquier verdura y rechazan la más elemental espiritualidad cristiana que ha sido fuente de vida y de alegría por siglos y siglos. El rechazo de todo lo que pasó hace que se busque una contínua novedad que se expresa en hacer algo que nunca hicimos y que se entiende como un verdadero crecimiento, cuando en realidad es negación del tesoro que ya compartimos. Necesitamos cristianos creíbles, los clérigos y los religiosos también los necesitamos. Nuestra fe es fecunda y maravillosa.
Creo que el llamado del Papa confirma lo que pienso: es la hora de los laicos, es la hora de que los bautizados asuman su importante misión, no sólo siendo buena gente, sino haciendo notar que esa bondad proviene de Cristo, de su fe, de su ser Iglesia. Esta condición eclesial necesita de una identidad propia, de una espiritualidad propia.
Es verdad, son tiempos difíciles. La invasión de las ideologías, la ignorancia religiosa, y la mundanización de los laicos, son obstáculos fuertes. Cuántos laicos que rezan cada día, se visten como paganos, hablan como ateos y callan como culpables. Cuántos bautizados buscan alguna ayuda espiritual en cualquier medio, se creen cualquier verdura y rechazan la más elemental espiritualidad cristiana que ha sido fuente de vida y de alegría por siglos y siglos. El rechazo de todo lo que pasó hace que se busque una contínua novedad que se expresa en hacer algo que nunca hicimos y que se entiende como un verdadero crecimiento, cuando en realidad es negación del tesoro que ya compartimos. Necesitamos cristianos creíbles, los clérigos y los religiosos también los necesitamos. Nuestra fe es fecunda y maravillosa.
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lunes, 15 de abril de 2013
PENSAR PARA EVANGELIZAR
Agradezco esta pequeña obra compilación de pensamientos de Benedicto XVI sobre la fe. En el último tema aborda el hecho de la Iglesia en el año 2000 y hace una memoria histórica de la semejanza de fines del siglo XVIII con este siglo XXI, dice " la situación actual es comparable ante todo al periodo del llamado modernismo, y en segundo lugar, al final del rococó...la crisis actual es sólo la reanudación, diferida durante mucho tiempo, de lo que empezó entonces". Y ¿Qué quiere decir con esta afirmación? Establece semejanzas como las siguientes: En la Ilustración se da el decidido rechazo de la historia, esta no se debe tener en cuenta, sino actuar simplemente de modo racional. El papael ene general de las palabras como racional, transparente y otras se establece. Se intentó simplificar la liturgia, se quería introducir en la liturgia la lengua vernácula (lengua en que habla cada pueblo), tuvo un movimiento episcopal que quería subrayar la importancia de los obispos en contraposición de la figura del Papa; aparece la figura del Vicario Wessenberg de Constanza que pide la abolición del celibato. En el Sínodo de Pistoya, donde participaron 234 obispos en 1786 se trató de traducir las ideas de reforma pero fue un fracaso.
¿No parece increíble? Pero es la realidad presente. Por supuesto, para bajar los ánimos de los exaltados, recordaré que en esta obra el Papa Benedicto también hace referencia a que todo esto, por una serie de exageraciones y desconsideraciones de los que sostenían estas ideas, fue al fracaso y se perdieron buenos planteamientos.
Por otro lado, no estará demás decir que la situación histórica presente no tiene nada que ver con aquellos años ni las motivaciones de aquellos años para llevar a los planteos y sus semejanzas con los presentes. Hoy también, por si acaso alguno no se dió cuenta, aparecen los que sostienen estas ideas y otras más: sacerdocio de las mujeres, liturgias locales, etc. Lo actual no proviene de una ruptura histórica idéntica. El subjetivismo de Kant que inspiró toda aquella época, no es idéntico al subjetivismo actual de la época globalizada. Este me parece un factor decisivo para pensar que estas semejanzas provienen no sólo de este influjo lejano y real, sino también de una nueva ambición que no está sellada por una supuesta democratización de la cultura, sino por la ambición de nuevos espacios de poder y necesidad de imponer caminos ideológicos quizá más fuertes que entonces.
Pero subrayo que, mirando positivamente esta nueva realidad, no se impone la condenación del modernismo que hizo en su momento Pio IX, sino considero que es alentador pensar aquellas cosas positivas que pudieron rescatarse de entonces. Aquí viene una pista de la reforma de la Iglesia tan necesaria según muchísimas voces. Pero para los que la palabra reforma suene demasiado "fea", diré "el nuevo camino evangelizador de la Iglesia".
Es un pensamiento apenas esbozado, lo sé. Sé también que muchos están inquietos por los nuevos aires eclesiales. Hay muchos peligros ideológicos dando vueltas. Muchos anhelan volver hacia atrás, ponerse en lo que era más seguro, y afianzar el pasado como punto de referencia. La gran inspiración del Concilio Vaticano II vino a causa de que la Iglesia necesitaba ponerse a la altura de los tiempos, pero no al revés. Y estos tiempos siguen pasando con una velocidad mayor, con un cuestionamiento mayor donde lo que seguimos viendo los cristianos es que el Evangelio es la gran necesidad de la humanidad.
Los evolucionistas, así los he llamado, piensan que toda la historia va en una evolución donde las cosas del pasado son una referencia anticuada del presente. El hoy, si bien tuvo su sustento en el pasado, evolucionó de modo que lo que ayer era consistente hoy se extinguió, perdió su lugar, fue superado. Así se piensa de todo principio, y valgan las observaciones de Benedicto XVI, fundado en pensamiento anterior fue superado. Este es sin duda un gran error, y una ilusión que nos está dando grandes dolores de cabeza a todos los hombres, creyentes o no. Este evolucionismo y agrandamiento de los poderes del Estado, nos llevan progresivamente al mismo punto de la historia aún no superada de aquellos regímenes totalitarios donde nadie puede pensar diferente. O donde todos pueden pensar cualquier cosa, siempre que no toquen el poder del que lo detenta.
Estos pensamientos los comparto en torno a pensar una nueva evangelización, y sabernos parar en puntos firmes de partida. No dejarnos engañar por las ideas que están hasta en el vecino de al lado, no son de pensadores de escritorio, sino de cosas muy prácticas que obstaculizan tener el corazón dispuesto para recibir el amor de Dios. O bien, confunden al cristiano que quiere vivir su fe y no sabe por dónde va a empezar, o cómo lo va a hacer.
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domingo, 14 de abril de 2013
SIETE MINUTOS PARA EL PRESENTE
Sólo tengo ese tiempo para hacer este post. Y quiero compartirles una lectura que me impactó, bueno, dos lecturas que me impactaron. Una de Benedicto XVI: el presente es un instante que está entre el pasado y el futuro, pero apenas lo vivimos ya pertenece al pasado. Esto que parece sólo un pensamiento que en realidad él cita, no es más que una apreciación cierta del mismo título del post, pero es a la vez, una apreciación de cómo vivimos las realidades de cada día. Me costaba comprender a muchos que parece que no tienen ni una consideración de dónde vienen (ahora sé que es verdad) y que no parecen pensar en el futuro (ahora me doy cuenta por qué). Y así encuentro muchos jóvenes que tienen hijos como si fuera ¡qué hermosa novedad! y nada más. Pero viven sólo el presente, no piensan si ese niño podrá ser cuidado, si seguirán juntos los padres, si... etc. Sólo este presente. Pero que a la vez no importa mucho porque ya pasó. No, no es un discurso filosófico. Es una realidad patente.
El otro pensamiento impactante es el sentido de los derechos del individuo que sólo se viven subjetivamente. O sea, sólo importo yo y mis derechos. Ya lo sabemos: abandono escolar, indiferencia sobre el bien de los otros, inseguridad, ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres, etc. Viva yo, o sea. ¿Y los deberes? Nada, eso es anticuado. Pero esto se proyecta sobre Dios, sobre la relación con Dios. ¡Con razón tanto éxito en las sectas paracristianas y en el evangelismo (disculpen, sin ofender). Se resalta la relación personal con Dios, pero sólo eso. Lo comunitario no tiene más gravitación que el valor moral de responder a las indicaciones de Jesús solo. El otro dejó de ser un punto de referencia de fe. La Iglesia, comunidad de fe, dejó de ser un punto de referencia. Para rematarla, el desprestigio de los que forman parte de ella parece ser una razón válida para abandonarla. Notemos que no ocurre así respecto de los candidatos políticos, los gobernantes, los dirigentes gremiales ni los famosos. Ellos lo pueden todo, no importa, los perdonamos. (???)
Este subjetivismo también ha sometido a Dios. El puede venir a bendecirme, a darme paz, a hacerme sentir bien. Hasta no entiendo por qué tengo que confesarme si he pecado, después de todo soy humano como todos. Pero hay algo que él no puede (aunque sea todopoderoso): pedirme que cargue la cruz. Eso no. Si así es el caso: me abandonó, ya no creo en Dios, estoy enojado con él. Debiera darnos explicaciones por qué las cosas están tan mal y él no interviene, después de todo me afecta.
Se me pasó el tiempo, tomé tres minutos prestados. Me pareció interesante compartir esto. Ahora entiendo muchas cosas más y me doy cuenta cómo podría afrontarlas. ¡Que venga tu Reino!
El otro pensamiento impactante es el sentido de los derechos del individuo que sólo se viven subjetivamente. O sea, sólo importo yo y mis derechos. Ya lo sabemos: abandono escolar, indiferencia sobre el bien de los otros, inseguridad, ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres, etc. Viva yo, o sea. ¿Y los deberes? Nada, eso es anticuado. Pero esto se proyecta sobre Dios, sobre la relación con Dios. ¡Con razón tanto éxito en las sectas paracristianas y en el evangelismo (disculpen, sin ofender). Se resalta la relación personal con Dios, pero sólo eso. Lo comunitario no tiene más gravitación que el valor moral de responder a las indicaciones de Jesús solo. El otro dejó de ser un punto de referencia de fe. La Iglesia, comunidad de fe, dejó de ser un punto de referencia. Para rematarla, el desprestigio de los que forman parte de ella parece ser una razón válida para abandonarla. Notemos que no ocurre así respecto de los candidatos políticos, los gobernantes, los dirigentes gremiales ni los famosos. Ellos lo pueden todo, no importa, los perdonamos. (???)
Este subjetivismo también ha sometido a Dios. El puede venir a bendecirme, a darme paz, a hacerme sentir bien. Hasta no entiendo por qué tengo que confesarme si he pecado, después de todo soy humano como todos. Pero hay algo que él no puede (aunque sea todopoderoso): pedirme que cargue la cruz. Eso no. Si así es el caso: me abandonó, ya no creo en Dios, estoy enojado con él. Debiera darnos explicaciones por qué las cosas están tan mal y él no interviene, después de todo me afecta.
Se me pasó el tiempo, tomé tres minutos prestados. Me pareció interesante compartir esto. Ahora entiendo muchas cosas más y me doy cuenta cómo podría afrontarlas. ¡Que venga tu Reino!
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sábado, 13 de abril de 2013
REFORMAR LA IGLESIA
¡Qué frase fuerte! La vengo escuchando de hace algunos años. Tomó más fuerza en los últimos meses del Pontificado de Benedicto XVI. A decir verdad, no me imaginaba por dónde debía comenzar; y no me imaginaba definitivamente ¡por dónde comenzó! Pero la reforma parecía que significaba un Concilio Vaticano III, para otros por una mirada hacia atrás, para otros una mirada hacia adelante. Creo que nadie miraba hacia afuera. Y esta era la mirada del Cardenal Bergoglio. La Iglesia no puede estar mirándose siempre a sí misma, dijo. Ahora le entendí la frase. El punto referencial son las ovejas. En pocas palabras, en vez de mirar dónde uno quiere que vayan las ovejas, es mejor ver adonde van y seguirlas. Otra frase fuerte para los que piensan que esto desordena la Iglesia gobernada por el Espíritu Santo. Pero sin darse cuenta, tal vez, piensan que el Espíritu Santo sólo ilumina a algunos en la Iglesia y no a toda ella.
Los tiempos confusos hacían prever que es necesario estrechar filas. Así lo sentí yo por mucho tiempo. Pero este estrechar filas no es entre nosotros, sino estrecharlas junto a Cristo, esto es, consecuentemente, junto al Espíritu Santo. El asunto parece fácil, pero no lo es. Perder los miedos de perder la Iglesia, ahí está el asunto. Creer en el Espíritu Santo como guia seguro de la Iglesia, y no sospechoso. Leía artículos truculentos de por qué este Papa no es el verdadero sucesor de Pedro, lo eligieron mal. Y leía artículos donde este Papa es el que el Espíritu Santo quería. Reconozcamos que esta última visión es la de más fe por el hecho de que la razón es objetiva. Igual no faltan los que consideran que el Espíritu Santo inspiró lo que es de su propio gusto y lo desconocen cuando las cosas no son como ellos las piensan.
Nos parezca o no, Jesús sigue cumpliendo sus promesas, y espero que todos los creyentes no lo dudemos. ¡Señor, sigue bendiciendo a tu Iglesia; sostén a tu elegido como sucesor de Pedro!
Los tiempos confusos hacían prever que es necesario estrechar filas. Así lo sentí yo por mucho tiempo. Pero este estrechar filas no es entre nosotros, sino estrecharlas junto a Cristo, esto es, consecuentemente, junto al Espíritu Santo. El asunto parece fácil, pero no lo es. Perder los miedos de perder la Iglesia, ahí está el asunto. Creer en el Espíritu Santo como guia seguro de la Iglesia, y no sospechoso. Leía artículos truculentos de por qué este Papa no es el verdadero sucesor de Pedro, lo eligieron mal. Y leía artículos donde este Papa es el que el Espíritu Santo quería. Reconozcamos que esta última visión es la de más fe por el hecho de que la razón es objetiva. Igual no faltan los que consideran que el Espíritu Santo inspiró lo que es de su propio gusto y lo desconocen cuando las cosas no son como ellos las piensan.
Nos parezca o no, Jesús sigue cumpliendo sus promesas, y espero que todos los creyentes no lo dudemos. ¡Señor, sigue bendiciendo a tu Iglesia; sostén a tu elegido como sucesor de Pedro!
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