En realidad, esta es la primera parte de las palabras de Mons. Eicchorn. Pero me pareció más útil invertir el orden de esta reflexión. El resaltado es de mi autoría. Presten atención a la relación que se hace entre catequesis y Eucaristía. Tema neurálgico de toda la tarea evangelizadora
Iglesia Madre, Iglesia comunión, comunión de discípulos misioneros: palabras que expresan lo hondo del misterio de fe que profesamos, celebramos, vivimos. ¿Cómo lo vivo? ¿Cómo lo vivimos en nuestras comunidades? ¿Qué pasos estamos dando o deberíamos dar? Porque si decirnos que la catequesis, y en especial la catequesis de iniciación cristiana es una responsabilidad comunitaria (Doc. Lineamientos, Cap. 5º), que la comunidad es el hogar de la catequesis, que la comunidad es el origen, el lugar y la meta de la catequesis, es evidente que la primera y fundamental mirada debe dirigirse hacia nuestra misma forma de ser Iglesia, de vivir este misterio de comunión.
Es la primera y gran conversión: un encuentro con Jesucristo para vivir en él, desde el misterio trinitario esta realidad comunional: "lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos también a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros. Y esta comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn 1, 3). Si queremos una catequesis renovada, una auténtica catequesis de iniciación en estilo catecumenal, esta conversión pastoral eclesiológica es esencial.
Las conversiones y las estructuras caducas
A la luz de este fundamento, debemos centrar nuestra mirada en aquellas cosas imprescindibles, sobre todo a la hora de implementar un proceso auténtico de iniciación cristiana (porque los hay inauténticos, solo de nombre...). Señalo sólo algunos temas, consciente de que dejo de lado muchos otros; ustedes mismos podrán luego pensarlos. Si hablamos de Iglesia Madre, de Iglesia comunión, si hallarnos de la comunidad como origen, lugar y meta de la catequesis (cf. Lineamientos, 49) ¿es esto una utopía inalcanzable? ¿Es una mera formulación teológica o una propuesta pastoral concreta? Una pista para reflexionar y encontrar caminos de conversión personal y pastoral, el lugar donde la Iglesia-comunidad se manifiesta, se realiza, donde encuentra su corazón mismo es la Eucaristía, y especialmente la dominical. ¡Es el lugar más evangelizador y catequístico que tenemos! Ahí, los fieles, convocados por la Palabra, se reúnen como comunidad de discípulos; ahí se proclama la Palabra, que es especialmente "viva y eficaz" por la presencia del Espíritu en la comunidad, como dice DV: "es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual" (DV 21).
El Documento de Aparecida (DA) aporta también lo suyo: “La Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo. Con este sacramento, Jesús nos atrae hacia si y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo. Hay un estrecho vínculo entre las tres dimensiones de la vocación cristiana: creer, celebrar y vivir el misterio de Jesucristo, de tal modo que la existencia cristiana adquiera verdaderamente una forma eucarística. En cada Eucaristía, los cristianos celebran y asumen el misterio pascual, participando en él. Por tanto, los fieles deben vivir su fe en la centralidad del misterio pascual de Cristo a través de la Eucaristía, de modo que toda su vida sea cada vez más vida eucarística. La Eucaristía, fuente inagotable de la vocación cristiana eso, al mismo tiempo, fuente inextinguible del impulso misionero. Allí el Espíritu Santo fortalece la identidad del discípulo y despierta en él la decidida voluntad de anunciar con audacia a los demás lo que ha escuchado y vivido. Se entiende así la gran importancia del precepto dominical del `vivir según el domingo', como una necesidad interior del creyente, de la familia cristiana, de la comunidad parroquial.” (DA 251-252).
El Catecismo de la Iglesia Católica, por su parte, nos enseña (1074): "La Liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza (SC 10). Por tanto, es el lugar privilegiado de la catequesis del Pueblo de Dios. `La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres (CT 23)". Esta es una gran conversión de nuestra catequesis: salir del aislamiento, ignorando la realidad fontal que es la comunidad y la liturgia, especialmente la Eucaristía dominical. Son los nuevos criterios que caracterizan (paradigmas) la renovación de la catequesis, en especial la iniciación cristiana (ver Lineamientos, 17). Catequesis como acción comunitaria eclesial, centralidad de la Palabra, unidad entre catequesis y liturgia, la mistagogía como gran instrumento metodológico, que debemos redescubrir y aprender a usar. Debemos llegar a considerar que el primer y fundamental encuentro de catequesis es la misma Misa dominical: ¡a nadar se aprende metiéndose en la pileta, nadando!
Sin catequistas enamorados de la celebración eucarística comunitaria, que vivan de ella y se alimenten de ella, sin experiencia de comunidad que celebra gozosa a Jesús resucitado en medio de ellos durante la Misa dominical, sin el alimento del Pan de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, nunca tendremos una verdadera catequesis renovada y mucho menos una comunidad que inicia en la vida de Fe, en una vida eucarística o, con la expresión de Aparecida y que el Papa Benedicto utiliza en Sacrarnentum Caritatis: "a una forma eucarística de la existencia cristiana" (c:f SC, Y parte: Eucaristía, Misterio que se ha de vivir, 70-83). Si a la luz de esto miramos nuestra realidad catequística, la forma de vida de nuestras comunidades, nuestras mismas celebraciones litúrgicas, la celebración eucarística dominical, etc.,, es fácil caer en la cuenta de las "estructuras caducas" que debemos abandonar, especialmente en lo que hace a las maneras, costumbres, rutinas a que estamos apeados con el "siempre se hizo así y a no intentar una mejora paulatina de lo que hacernos y vivimos, recordando lo que nos pide el Concilio Vaticano II: "Que los fieles participen en forma consciente, activa y fructífera" (cf SC 1 1). No es esta la única conversión 'a la que estamos llamados’. Hay un tema que me parece de gran importancia para nuestra tarea catequística. En el doc. Lineamientos (17), se nos habla de "transmisión de la Fe", de "propuesta de Fe", de la "Iniciación cristiana como iniciación integral a la Vida cristiana".
LOS VALORES SUPREMOS DE LA TRASCENDENCIA HUMANA Y LA SOCIEDAD PERFECTA, DEBEN ORIENTAR LOS OBJETIVOS DEL CURRÍCULO ESCOLAR LAICO Y LA CATEQUESIS, A FIN DE ALCANZAR LA SUPRA HUMANIDAD. La relación entre la fe y la razón, la religión, la ciencia y la educación, se enmarca en el fenómeno espiritual de la trasformación humana abordado por la doctrina y la teoría de la trascendencia humana: conceptualizada por la sabiduría védica, instruida por Buda e ilustrada por Cristo; la cual concuerda con los planteamientos de la filosofía clásica y moderna, y las conclusiones comparables de la ciencia: (psicología, psicoterapia, logoterápia, desarrollo humano, etc.). La paideia griega tenía como propósito educar a la juventud en la virtud (desarrollo de la espiritualidad) y la sabiduría (cuidado de la verdad), mediante la práctica continua de ejercicios espirituales (cultivo de sí), a efecto de prevenir y curar las enfermedades del alma__ El educador, utilizando el discurso filosófico y la discusión de casos y ejemplos prácticos, más que informar trataba de inducir transformaciones buenas y convenientes para si mismo y la sociedad, motivando a los jóvenes a practicar las virtudes opuestas a los defectos encontrados en el fondo del alma, a efecto de adquirir el perfil de humanidad perfecta (cero defectos) __La vida, ejemplo y enseñanzas de Cristo coincide cien por ciento con el currículo y objetivo de la filosofía griega. Y por su autentico valor pedagógico, el apóstol Felipe introdujo en los ejercicios espirituales la paideia de Cristo (posteriormente enriquecida por San Basilio, San Gregorio, San Agustín y San Clemente de Alejandría, con el currículo y la metodología de los filósofos greco romanos: Aristóteles, Cicerón, Diógenes, Isócrates, Platón, Séneca, Sócrates, Marco Aurelio,,,), a fin de alcanzar la trascendencia humana (patente en Cristo) y la sociedad perfecta (Reino de Dios). Meta que no se ha logrado debido a que la mitología del Antiguo Testamento, al apartar la fe de la razón, castra mentalmente a sus seguidores extraviándolos hacia la ecumene abrahámica que conduce al precipicio de la perdición eterna (muerte espiritual)__ Es tiempo de rectificar retomando la paideia griega de Cristo, separando de nuestra fe el Antiguo Testamento y su teología fantástica que han impedido a los pueblos cristianos alcanzar la supra humanidad. Pierre Hadot: Ejercicios Espirituales y Filosofía Antigua. Editorial Siruela. http://www.scribd.com/doc/33094675/BREVE-JUICIO-SUMARIO-AL-JUDEO-CRISTIANISMO-EN-DEFENSA-DEL-ESTADO-LA-IGLESIA-Y-LA-SOCIEDAD
ResponderEliminarAunque este comentario de Rodolfo Plata fue puesto en spam por el sistema, me pareció interesante como contraste de las afirmaciones de Mons. Eichorn. Un contraste que sitúa más resplandeciente la centralidad de la fe cristiana: Cristo mismo. La cita abundante de autores cristianos de gran peso, nada menos que Padres de la Iglesia, la constante referencia a Cristo como personaje secundario en el decurso del razonamiento, la centralidad de un cuerpo doctrinal elaborado de pluralidad de conceptos como eje de todo este párrafo, y nada menos que la cita de San Agustín; todo esto pone al autor del escrito en un plano netamente fuera del eje del escrito del Obispo, y de este blog.
ResponderEliminarNo lo digo para descalificar a su autor. Tampoco para caer en una indiferencia gnoseológica, o un relativismo conceptual. Lo digo simplemente para reafirmar mi fe, la fe de los que comprendimos la verdad revelada no como un concepto, sino como una persona, cuya sola presencia es incontestable, y para el creyente, absolutamente incomparable.