De verdad, me siento muy contento de ver cómo el Señor responde a mis oraciones. Le pedí la gracia de mi conversión durante algunos meses. Claro, no espero que me la dé toda junta. Sería demasiado para llevarla adelante. Pero se ocupó de indicarme muchas cosas. Hasta dejé de decir esa oración porque tenía temor de no responder a sus inspiraciones. Ahora razoné un poco y la volví a hacer.
No, no se trata de que quiera compartir cosas muy personales, sino de que he visto cuánta necesidad de cambios en mi vida de creyente. Esos cambios no responden simplemente a una situación personal, sino a una situación del mundo y de la Iglesia. Creo que desde ahí nos tenemos que plantear las cosas.
Me di cuenta de que las miradas de muchos confluyen con las mías en muchos aspectos importantes, y eso nos juega a favor, perdí enemigos. Bueno, un modo de decir. Me dí cuenta de que necesita escuchar, y mucho. Me asusta que tengamos una mentalidad estancada, cerrada. Creo que es casi, digo casi, inevitable. ¿Por qué? Porque el relativismo actual donde todo vale, donde todo lo que hay hay que cuestionarlo, nos deja en una arena movediza donde le punto de apoyo es uno mismo y sus felices ideas. Ahí, decididamente, no quiero llegar. No quiero ser un aporte más al individualismo relativista, al subjetivismo cuestionador. No creo ser la medida de las cosas, por supuesto, pero por eso no quiero perder el camino que el Señor nos ha abierto.
El punto fuerte es saber dónde estamos parados y en realidad qué es lo que debemos cuidar y qué lo que debemos arriesgar. ¿Nos hemos puesto a pensar de dónde provienen nuestras ideas acerca de la fe? Si sólo de lo que hemos recibido desde niños, sin que de nuestra parte hayamos hecho aportes, estamos estancados en ese cristianismo asentidor de todo lo que no me signifique demasiado compromiso. Incapaz de dar una respuesta a las necesidades del mundo de hoy. Si de las ideas de los cristianos que nos rodean, aunque sólo sea el párroco, vamos mal. No porque los demás no sepan, sino porque no hemos internalizado nuestra fe. No le hemos dado ese espacio que necesita el Espíritu para ser creativo en nosotros. Conformarnos con una fe vivida en la medida de mi pequeño horizonte cultural, me deja paralizado en el inmenso tejido cultural del presente que es exigente a la hora de necesitar una nueva evangelización. Si nos hemos quedado sólo en la respuesta de una moral conforme a los principios cristianos, tenemos una buena base, pero sólo eso. Pongo paños fríos a mi afirmación, nada menos que eso, pero es el principio.
Hoy son demasiados los cuestionamientos que nos rodean. Son demasiadas las maneras de vivir que necesitan la luz del Espíritu. Me parece que lo más inmediato e importante es no engancharnos en este camino sin oriente de las costumbres modernas. Ejemplo, para no teorizar. Si un joven "vive con su novia" pero quiere dar una respuesta de fe, no va. Está negando un principio fundamental del sentido de la fe: estoy comprometido con el Señor en el proyecto de mi vida, y él ha hecho de la pareja humana un Sacramento. Quizá ese joven tiene mucha fe, muchísima, pero no en el sentido de la fe que el Señor comenzó al encargarnos su misión. Será la fe de la sirofenicia, capaz de sacarle al Señor los milagros que le hacen falta; pero no la fe de Zaqueo, que planteando su realidad decide dar pasos concretos de conversión que lo involucran en primera persona.
Leía a Scott Hahn, converso católico desde el protestantismo, que su lectura, meditación y estudio de las Sagradas Escrituras lo fueron llevando a las conclusiones de fidelidad que el Evangelio le exigía. Esta experiencia me ayudó más aún. Para no caer en el relativismo, pero a la vez, dar una respuesta al mundo de hoy, son necesarios estos pasos de reflexión y asimilación personal de las enseñanzas de Jesús, nuestro Maestro. Obviamente en el camino de Scott hay un límite. Como protestante necesariamente pudo llegar a la fe católica desde la Sagrada Escritura solamente. Nosotros en cambio podemos arribar a la fe desde esa realidad viviente y necesaria: el Verbo de Dios, la Palabra de Dios hecha carne. Y esto es Escritura, Tradición e Iglesia. ¡Uy! ¿No era Escritura Tradición y Magisterio, los tres pilares de la Revelación divina? Sí, claro, pero aquí quise expresar una realidad más abarcante que la sola realidad del Magisterio, quise expresar que la vivencia como Iglesia es lo que nos hace vivir en plenitud la Revelación de Dios. No por nada el Concilio Vaticano II define a la Iglesia como "sacramento universal de Salvación".
Algunos se han planteado seriamente la necesidad de dar una respuesta de fe a las realidades de hoy, pero han equivocado el camino. Se dejaron seducir por dos gigantes del mundo contemporáneo: el subjetivismo, que sólo ve verdadero lo que yo creo sobre todo lo demás; y los medios de comunicación social, que ponen frente a la gente lo que dicen como verdad irrefutable. Así, muy sueltos de cuerpo, y con ánimos realmente promocionales, hacen gala de ideas novedosas para que la Iglesia se adapte a los tiempos... perdiendo su identidad y su contenido. Esta adaptación la pretenden muchos no creyentes y oponentes de la Iglesia. Lo que los hace poco creíbles es el hecho de arrogarse esa infalibilidad que le niegan al Cuerpo de Cristo. El Papa, los obispos, son falibles, los que los cuestionan, no.
Así, dejemos asentadas unas bases para dar pasos concretos. Estas bases son nuestra fe en la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, sostenida en su unidad por la adhesión al Magisterio del Papa. La Iglesia, Cuerpo de Cristo, que a través de su vida, su lectura común de la Palabra de Dios escrita, de su enseñanza corroborada por el sentir común de los fieles, el carisma de la rectitud de fe de los obispos en comunión con el Papa, camina en el tiempo presente. Este principio nos lleva a la actual gran tarea de despojarla de aquellas cosas que le impiden hacer brillar su contenido, su más pura esencia. Empecemos por sentirnos fuertemente llamados a esa tarea, porque allí está el punto de partida.
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