Cómo no tener presente en todo momento al Hno. Andrés. Hoy al celebrar la Eucaristía junto a nuestro obispo y renovar las promesas sacerdotales, viví el momento de tan inmenso don recibido. Recordé muchos tiempos de compartir de fe en los que vivimos nuestro ministerio con el sueño de la santidad de lo que hacemos.
¡Qué gran contradicción con los tiempos presentes! Hay una lucha, no hay duda de que es del Enemigo, por desacreditar la capacidad divina del hombre. En apariencia es una "sinceramiento" que hace ver cuán miserables somos los sacerdotes. Y de verdad lo somos, no es una realidad. Lo somos porque somos tan posibles de ser grandes pecadores... pero somos tan posibles de ser grandes santos, y esto último no se quiere ver. Se quiere desacreditar con la sombra lo que es en realidad luz.
Sí, luz que hemos recibido y que reflejamos, pero evidentemente, luz que al recibirla no podemos dejar de proyectar nuestra sombra. Pero esta es nuestra. Hasta que todo sea luz en nosotros en el abrazo eterno del Sumo y Eterno Sacerdote, Cristo. Por eso el ministerio sacerdotal es una esperanza para todos los hombres. Si vemos tan inmensas miserias nos podemos asombrar que esta sea capaz de tanta luz. Pero no luz propia, Luz que sólo puede venir de Dios.
Hoy el Señor, en el miércoles santo, ve a su discípulo, Judas el Iscariote en el momento de la traición. Qué lugar significativo alcanza hoy este discípulo... sin quererlo. Su miseria, su traición, contrastando con la elección del Señor, con la conciencia de la traición, habla perfectamente de lo que el mundo quiere ver. Jesús eligió a Judas Iscariote. Pero es Judas quien no responde al Maestro. Sí, de eso somos capaces; pero miremos de qué es capaz el Señor. El contraste es el de Simón y los demás discípulos. Ellos saben lo que quieren hacer. Todos dicen lo mismo "no te abandonaremos", pero el Señor sabe que sí lo harán. Eso no cambia su elección, eso no cambia la misión. La razón de la Redención no es la fidelidad de los discípulos, sino la del Maestro.
Al mirar mi limitación y mi miseria, no quiero ser una tristeza para tí, Señor. Que sea tu alegría, pero que mis Hermanos lo sean más que yo. Amén