miércoles, 17 de febrero de 2016

EL SEPELIO DEL ANGELITO



Ayer vino el abuelo de un pequeño que murió antes de nacer. Trajeron su cuerpo de la ciudad para velarlo y sepultarlo en el pueblo.  Por la mañana llegaron, como acordamos para proceder al “bautismo”. Luego de compartir las palabras del Profeta Isaías: “el Señor enjugará toda lágrima, ya no habrá muerte ni dolor”, les hablé sobre el bautismo de deseo y rocié con agua bendita el cuerpecito. Nos fuimos al cementerio. El abuelo y los tíos cargaron el cajoncito sobre una sábana blanca, tomándola cada uno de una punta. Delante iba el papá con la cruz adornada con una corona de flores de plástico, detrás iba yo con la pala, el oracional para el sepelio y la estola morada. Más atrás el primo del niño con una bolsa con muchas y variadas flores y otra con diversos objetos. Más atrás, la abuela con bidones de agua bendita.

Llegamos al lugar. La pequeña tumba ya excavada, sobre ella, sujeta por sus puntas al borde mismo de la tumba,  una cruz hecha de dos palos flacos atados con un hilo. Así no entrarán los demonios, y la Pachamama recibirá este cuerpo en la espera de la resurrección de los muertos. Bendije la tumba, pero olvidé una parte importante del ritual: echar hojas de coca. Lo dijo el abuelo, lo hizo, poniéndose de rodillas, tomando con ambas manos un manojo de hojas de coca y echándolas en la tumba haciendo forma de cruz mientras murmuraba una oración. Siguió el papá, los tíos y los demás. Me dejaron ser primero. Aún me falta inculturarme e incorporar este a los sagrados ritos. Interpreto que es para que la Pachamama sienta que le decimos:” gracias por recibir este niño en tu seno.”

Siguió el sepelio mismo. Abrieron el cajón y pusieron chocolates, golosinas, una mamadera llena de leche, un yogurt y un paquete de paños húmedos para higienizar bebés. Lo que esta alma necesitará ahora. Luego cerraron el cajón y clavaron la tapa.  Qué cercana se siente la vida de la muerte. O qué cercana se siente la muerte de la vida. Hay llanto, hay dolor, pero hay vida. Una vida distinta, pero una vida igual. Se comparte la fragilidad de saberse necesitado. “Serán como dioses” pero no en la palabra de la tentación de Satanás a Eva, sino en las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan: “La Escritura dice ustedes son dioses”. Pequeños, frágiles, errantes. Destinatarios de las cosas inconmensurables de Dios: “Te alabo, Padre, por haber ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y haberlas revelado a los pequeños” (Mateo 11, 25). Te adoro porque eres el principio y el fin de nuestras vidas. Nos uniste a Ti con ataduras eternas, pero nos dejaste ser nosotros para ser Padre nuestro. Para que en nuestra necesidad de ser amados, de ser salvados, tengas la oportunidad de ser padre que ama, que cuida, que abraza, que recibe.

Después de esto, y terminados los ritos, sacar el vino y la gaseosa, compartir un cigarrillo. Todo alrededor de la tumba, acompañando el alma, velando con ella por un rato más. Dejándola compartir la vida que sigue, siguiendo con ella en una presencia que no se acaba.

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