Dios mío, desde la aurora te busco. |
Para nada una sensación de despedida, sino de protagonismo. Un volver a estar. ¿Por qué? No sé si a todos les pasa, pero me siento en una barca que es azotada por el viento cambiante cada día. Por momentos no sé a dónde voy ni a dónde vamos. Las fuerzas de la sociedad, de la naturaleza, de los acontecimientos, de las limitaciones propias y ajenas... todo parece conducir a un lugar sin lugar a un horizonte que ni siquiera se define.
Las semanas pasadas este caos parecía acercarse con toda su fuerza. El tremendo huracán que azotaría México presagiaba que las decisiones humanas habrían generado tal desorden que ya nada podría contener la destrucción y la incertidumbre de aquellas poblaciones víctimas. La sensación de lo tremendo irreparable y el conocimiento anticipado del desastre definen muy bien lo que en otros ámbitos de la vida se presenta. Sin embargo...
Una inexplicable razón ha cambiado el curso de las cosas y esta fuerza de la naturaleza se ha detenido sin que sepamos cómo. El famoso cálculo cienífico, tan abordado en los ámbitos más inverosímiles ha demostrado que aún en su calculada futurología, incuestionable, segura, verdadera y única razón para muchos; ha fracasado. No es el único fracaso, pero es muy simbólico.
Muchos ignoran que una cadena de oración larga, incisiva, poderosa, ha detenido lo que era imbatible. Una vez más David ha vencido a Goliat. Una vez más he visto que la mano poderosa del Padre del Cielo es mucho más que una corazonada. Que la esperanza de los que hemos creído en Cristo va más allá de un bienestar espiritual, de una bendición ocasional, de una participación benefactora en la historia social, natural y personal.
De pronto las motivaciones de mi juventud se desvanecieron. Aquellas felices sensaciones, miradas de fe que eran la lucha de ideologías de antaño, aparecieron como una ilusoria pompa de jabón. Lo que antes era el caballito de batalla para presentar la fe, hoy es una mirada cándida y burlona de la vida. Apareció esta nueva y catótica realidad que parece devorarlo todo, como un tremendo monstruo de película. Y qué buena comparación, estos monstruos digitales tan reales, tan palpables, pero mucho más frágiles, inexistentes que aquellos de la vieja tecnología que con plásticos, pinturas y mecanismos se movían en las películas de entonces.
Dónde está el lugar de la fe hoy, entonces? ¿Dónde encontrar el sentido del saber estar en el tiempo presente? La imagen de la fe, de la religión, ha perdido aquella ubicación que antes tenía. Hay guerras a causa de la religión, hay ignorar e ignorancia de la fe que no puede llegar a vencer a las miradas "cientírficas". No me siento por esto como un luchador en contra de... creo que si mi vida se ubicase en ese plano, perdería la oportunidad de leer los signos de los tiempos. Mis respetos a los luchadores de reivindicaciones. Lejos de mi acobardarlos o menospreciarlos. Sólo planteo mi punto de vista, mi experiencia. Pero esa es la cosa: no puedo vivir en contra de... sino a favor de... Si aquello en lo que creo bueno y verdadero necesita estar siempre a la defensiva, quiere decir que no tiene sustancia para vivir y estar presente en el mundo contemporáneo por sí mismo. Neceista que se opongan para que tenga significado. A veces siento que esto es lo que les pasa a esas religiones cristianas proselitistas, necesitan que los católicos seamos malos para ellos ser buenos.
Renglón aparte, ya ven que lo que dije al principio no significa una estabilidad de lugar físico, sino de presencia decidora en el mundo. Y esta es la cuestión. De pronto todas las cosas que me sostienen se revelan insignificantes. O relativas. Las cosas de fondo aparecen. Me dije: "Tengo 53 años, ¿te parece cuestionarte esto? ¡No tenés la vida hecha?" Hace unos casi treinta años, cuando hacía una experiencia de vida monástica en los benedictinos, salí a caminar por el río y recogí un pedacito de laja. Con un punzón grabé en ella: "Dios mío, desde la aurora te busco": piedra, juventud, grabado indeleble, futuro a venir. No me imaginé entonces que hoy puedo seguir escribiendo lo mismo. Está grabado dentro de mi. De pronto sé que esas palabras de la Escritura son las que me empujan a sentirme peregrino, siempre en busca de lo que viene, desilusionado de lo presente porque no contiene lo que mi alma anhela. Mientras, eñ corazón me empuja a buscar ese lugar. ¿Será la eternidad?
No, creo que no. La eternidad es el motor de esa búsqueda, pero ya lo dije, busco un lugar, ese lugar es misión. Es tarea, es profecía. Me preguntaba hace unos días si sería capaz de asumir la cruz como el Señor. ¡Qué pregunta!, ¿no? Si digo que sí, tremenda soberbia; si digo que no, niego el poder de la gracia y los planes del Señor. La misión es caminar detrás de Jesús, nunca adelante de él. Ese lugar es la propia vida. Decir con la vida. Cuando Herodes veía a Juan, dice San Lucas que lo admiraba. Juan decía con la vida. No por eso Herodes le hizo caso, y fue él mismo el que lo mandó matar. De esa cruz hablo, la de ser nada para el mundo (necedad, dice San Pablo) y darse cuenta de que se es insignificante. Por eso el éxito o el fracaso no dicen sobre el propio lugar. Lo que dice está adentro, y es ahí cuando todo lo que a uno lo rodea, todos los lugares físicos, los esquemas de vida, y las decisiones pierden consistencia. Tienen valor, pero está relacionado con eso de adentro. Lo de adentro les da consistencia. Eso de adentro es el fuego del Espíritu. Hoy empiezo a comprender a la Hna. María, ermitaña peregrina que murió allá por 1982. Pude leer algo de su diario. ¿Alguien la conoce? No, verdad. Bueno, ahí está un hermoso ejemplo: nadie para el mundo. Pero su vida me apasionó apenas la leí. Es más, leí el cuaderno escrito con birome, con algún tachón aquí o allá. Ni siquiera fue publicado. Mis ojos lo leyeron. Su vida quedó en mí (y en muchos otros). Ella fue religiosa de colegio y huyó por una ventana, descolgada con unas sábanas atadas. Pero no se fue para abandonar a Jesús, sino para seguirlo. Se hizo monja trapense, de las más rigurosas, fue elegida Abadesa, y renunció y se fue, buscando a Jesús. Vivió como ermitaña, en el desierto en Palestina. Llegó allí como polizonte de un barco comercial. Hasta que la atacaron unos árabes y por poco la violan. Decidió que no era lugar para una mujer vivir en esas cuevas del desierto de Palestina. Unas venerables monjas argentinas la consideraban "la loca". Ella decía al final de sus días, cuando tuvo que dejar la ermita de Córdoba en la que vivió sus últimos años: "Hay que buscar a Dios en cueros".
¿Fue fiel la Hna. María? Yo pienso que sí. No creo que hayan quedado muy contentas las religiosas del colegio o las monjas trapenses. Tal vez las venerables monjas argentinas la hayan considerado una infiel de las de aquellas. Pero María buscaba a Dios... en cueros. Ella se movía por lo de adentro, y lo de afuera era relativo a ese fuego interior. La Madre Teresa de Calcuta es otra loca, nada más que fue famosa. Nadie le cuestionó a la monjita que, siendo religiosa perpetua de su comunidad colegial, haya abandonado su comunidad, y como la más rayada de las mujeres, se pusiera a levantar moribundos de la calle.
Gracias mujeres chifladas. Necesitaba entender lo que me bulle dentro. Estoy convencido de que el mundo necesita el fuego del Espíritu. Ese fuego loco que te graba fuerte en el corazón como en aquella piedra: "Dios mío, desde la aurora te busco".
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