No encontraba la inspiración para escribir. Esa inspiración
que más que un don natural, es la moción del Espíritu Santo. Sí, realmente no
me gusta escribir sobre mí, sino sobre el Señor, sobre su obra. Creo que verme
metido en ella, contemplándola, diciéndola, poniéndola en evidencia es más
gratificante. Me parece imposible edificar la vida sobre uno mismo. Entiendo
que eso quiso decir Jesús en sus palabras: “el que quiera ganar su vida en este
mundo, la perderá. Pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”.
Tuvimos una dificultad. Mientras organizábamos el día del
niño, otra institución, sabiendo que habíamos puesto día y horario, puso el
mismo. Una especie de competencia. Algo raro, pero así es. En un principio me
llené de malos pensamientos y tristeza. Y luego, el Señor me iluminó. Me hizo
ver que ponerme a discutir sobre quién tiene razón, si hacemos esto mejor que
otros, que estas son las intenciones de los otros, etc., todo eso, es un
pensamiento inútil. Además, en el discipulado del día anterior, el mismo Señor
me dio esta cita bíblica: “No respondas al insensato según su necedad, no sea
que también tú te asemejes a él; responde al insensato según su necedad, no sea
que pase por sabio a sus propios ojos.” (Proverbios 26, 4-5). Luego ví el comentario
de la Biblia y dice: “Cada una de estas dos sentencias contradictorias tiene su
parte de verdad según las circunstancias. La sabiduría consiste en aplicar la
que más convenga a cada situación”.
Comprendí que me estaba preparando para esta situación. Que
estaba empezando a pensar con el criterio del mundo, buscando mi vida, buscando
la aprobación, el éxito y el dominio sobre los otros. Cuando me vino a la mente
y el corazón la misma vida del Señor, sus gestos fuertes frente a Herodes
(“Vayan a decir a esa zorra…”), sus gestos humildes frente a Pilatos (“¿No
respondes nada?, le dice Pilatos, ¿No sabes que tengo autoridad para condenarte
o salvarte?) entendí que en este caso no debía perder la paz. Que viera que el
Señor ordena todo para el bien de los que él ama. Que mi misión no es dominar
ni tener éxito. Mi misión es ser testigo de su Reino, que no es de este mundo.
Reino de paz y justicia, Reino de esperanza y de comunión en la Sangre
salvadora de la cruz. Un Reino que se gesta en gritos de dolores de parto. Un
Reino que culminará con el triunfo del Inmaculado Corazón de María