domingo, 13 de julio de 2014

CONOCER A DIOS


“Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn. 17,3)
Jesús ora por nosotros, y ora en el momento decisivo de su vida y su misión: está por cumplirse su crucifixión y resurrección. Manifiesta el sentido de esta misión y el significado del bien que vino a traernos. Este bien, por sobre todo bien, que es la vida eterna consiste en conocer a Dios “que es el único Dios verdadero”. Manifestación personal, única, inequívoca de Dios.

Si tuviéramos que escuchar a cada persona que manifIeste su pensar, si idea sobre Dios, tendríamos muchísimas definiciones, algunas contradictorias entre sí. Y tantos otros que al observar las diversas religiones, llegan a la conclusión de que es el mismo Dios conocido por todos. O que la religión es un camino más para llegar a ese único Dios. De este modo, la imagen de Dios se transforma en una idea vaga sobre él debido a que la multiplicidad de religiones no permite arribar a un único concepto, o a un único conocimiento de Dios y sus efectos sobre la vida de los hombres. Con otro efecto negativo: la indiferencia hacia el conocimiento de Dios. Como hay tantas búsquedas y manifestaciones sobre Dios, se hace innecesario buscarlo y conocerlo. Basta con la idea que tengo y desde ella llegar a Dios en la medida que me hace falta.

Dios se transforma en un objeto de mi deseo arbitrario. Si quiero, lo busco; y si no, no es necesario.
Jesús ora al Padre mirando desde el deseo de Dios, desde su Voluntad, que obtengamos vida eterna conociéndolo como él es. Y para eso, tenemos que conocer a Jesucristo, su Enviado, quien nos ha manifestado el rostro único de Dios. Ya no da lo mismo cualquier religión, ya no da lo mismo lo que yo creo mi necesidad de Dios. Hay una voluntad salvadora de Dios, quien quiere darse a conocer como él es.

Nuestra fe es entrar en esa corriente de conocimiento de Dios que no parte de nosotros, sino de Dios. Y por eso, las reglas de juego para conocerlo, las pone él. Y esa gran regla de juego, es su Hijo único, Jesucristo. A Dios, nos enseña Jesús, se lo conoce amando y amándolo. El amor es el conocimiento supremo. Todo corazón humano lo sabe. El que se sabe amado por Dios es el que quiere conocerlo. Dios no es un concepto mental. Esa es la gran idea equivocada de Dios y de la religión. Entender a Dios como un concepto y entender la religión como una serie de conceptos.


Primero se ama, luego se comprende con la razón. Y ese amor es experiencia de Dios vivo. De Dios quien es y no como lo imagino o lo he definido. La religión es expresión de un amor que proviene de Dios, y tiene como esencia lo que él dice de él mismo y lo que él quiere para sí. Tiene como expresión lo que, a partir de ese amor revelado, nosotros queremos decir de Dios y expresarle nuestro amor. 

martes, 8 de julio de 2014

AGUARDAR CON AMOR

Los oídos de mi infancia no olvidan frases escuchadas en distintos momentos de distintas personas con la buena intención de motivar una respuesta a Dios: “¡Te vas a ir al infierno! ¡El diablo te va a llevar!” Motivaciones desmotivantes, como se usa decir.

En la liturgia de la Palabra en el día del martirio de San Pedro y San Pablo, la Carta a Timoteo es una herencia de momento supremo. Pablo se prepara a dar su último testimonio de Jesús, espera la corona de Justicia preparada para “todos los que hayan aguardado con amor su Manifestación” (2 Timoteo 4, 8) Me ha dado mucha alegría redescubrir estas palabras. Muy distintas del temor del infierno. Me recordaron las palabras de un viejo monje benedictino que decía que él no pensaba ir al infierno, pues el infierno no existe. Claro, lo diría, imagino yo, en que en la mente del Señor el Infierno no es el lugar pensado por El para nosotros. Pero más importante que eso es la actitud de fondo: aguardar con amor. El camino de la fe es un caminar motivado por un amor cada día más creciente.

Una convicción ha acompañado todas mis decisiones importantes. Si un lugar me hace crecer en el amor, ese es mi lugar. Cuando la situación de lugar no es tan importante y más importante es la motivación que me conduce, esta es el amor, el crecer en el amor, el caminar en el amor. Con una diferencia muy importante con los criterios del mundo. Más adelante, en esa misma carta a Timoteo, Pablo recuerda a varias personas. Un cuadro muy variado de acompañantes de la vida donde hay “para todos los gustos” y también para los disgustos. “Demas me ha abandonado por amor a este mundo”, dice con sentimiento el Apóstol que se ha hecho “todo para todos con tal de ganarlos para Cristo”. El fracaso de un apostolado tan enérgico se debió a un cambio de amor en Demas. O un Alejandro, que también menciona Pablo, que ha visto en el Evangelio de Pablo o un peligro para su estilo de vida, o un peligro para su dominio de los demás. Demas ha encontrado en el mundo la fama, el dinero, el placer, el propio plan de vida, el poder, la lógica del mundo, la costumbre de aceptar las cosas como vienen, y tantos otros amores de este mundo que esclavizan y dejan ciego para ver el Reino de Dios como la perla más preciosa por la cual se venden todas las otras y se compra esa.


El amor aguarda la manifestación de aquel Día. La plenitud del Evangelio. Y esta espera es tan vital… He escuchado también desilusionados por el Evangelio al cual encuentran o una utopía o un imposible. Y no hablo de filósofos, sino de personas corrientes, de buenos cristianos, de bienintencionados y de buenos corazones. Cuando el Evangelio se vuelve utopía se hace patrimonio de soñadores desencarnados. Cuando el Evangelio se vuelve un imposible, se hace libro viejo y olvidado de esclavos de sentimientos y acontecimientos, de costumbres y pasiones, de rutinas y tristezas. Pero el Evangelio es un camino con una meta. Un protagonismo con un final anunciado y feliz. Aguardar con amor me dice de un sentimiento de triunfo asegurado, aunque haya Demas y Alejandros. Algo muy distinto que el camino del éxito. La realidad del Evangelio no se mide por los éxitos, o las aprobaciones populares. Se mide por la espera signada por el amor.

sábado, 5 de julio de 2014

CONFIAR EN DIOS

AMANECE LA LUZ PARA EL JUSTO,
LA ALEGRÍA PARA LOS RECTOS DE CORAZÓN
(Sal. 97, 11)
Cada vez más frecuentemente se extiende una manera de actuar frente a Dios para la gente que dice tener fe. Cuando se enfrenta con las luchas diarias de la vida, o con propósitos personales de tipo sentimental o material de lo más variados, se apoya en esta convicción de fe de que me va a ir bien porque Dios me acompañará.

El profeta Amós, enviado por Dios a su pueblo, llama con energía la atención sobre una actitud: el pueblo busca el apoyo del Señor para sus empresas y realiza actos de culto donde demuestra esta actitud de fe; pero el Señor “cundo ustedes me ofrecen holocaustos, no me complazco en sus ofrendas ni miro sus sacrificios de terneros cebados” (Amós 5, 22). El profeta dice estas palabras exhortando a Israel: “Busquen el bien y no el mal para que tengan vida, y así el Señor, Dios de los ejércitos, estará con ustedes, como ustedes dicen.”. No sólo a Dios rogando y con el mazo dando, no sólo nuestros propósitos acompañados de oraciones; sino una integridad de vida, una vida involucrada en el Plan de Dios donde las cosas que nos proponemos entran también como engranajes de esa Voluntad… o no. Es decir, nuestros planes, proyectos y propósitos pueden o no estar en ese Plan de Dios para con nosotros, por una parte.

Por otra parte, recurrir al Señor para pedir la bendición de nuestros proyectos y necesidades, cuando no nos acompaña una actitud de hijos de Dios, una actitud de gente comprometida con El, puede que este recurso a Dios sea nada más y nada menos que una actitud idolátrica, un gesto de confianza en un amuleto poderoso; un frotar la lámpara de Aladino para que este genio poderoso y condescendiente, cumpla nuestros deseos.

Cuando el pueblo de Dios se encontraba en el desierto, en marcha desde la esclavitud de Egipto hacia la Tierra Prometida, caminaba guiado por la mano del Señor. Allí no había más qué hacer, había que caminar por el desierto. No había planes personales ni proyectos de comunidad, ¿qué podían hacer en ese lugar de paso? Además, fue el Señor que los sacó y quien los iba guiando a un lugar que no podían aún conocer. El deseo de salir de la esclavitud, con sus bajones, era más urgente y a los israelitas no se les ocurría otra cosa “¿Acaso ustedes me ofrecieron sacrificios y oblaciones en el desierto durante cuarenta años, casa de Israel?” (Amós 5, 25) En el enojo del Señor expresado por el profeta, anuncia una deportación, una nueva esclavitud en manos de los asirios “ustedes se llevarán a Sicut, su rey, y a Queván, su dios estelar, esos ídolos que se han fabricado”. Junto con estos falsos dioses, estos amuletos, el pueblo de Israel irá nuevamente a la esclavitud.

¡Qué parecida situación cuando tenemos, aparte de Dios, una serie de “cábalas”, unos recursos a concentraciones de energías, a antiguos procedimientos supuestamente fundados en el poder de la naturaleza. Cosas que se expresan en definiciones vagas de cosas, en realidad, muy claras y reveladas por Dios, como cuando decimos de alguien fallecido “Ahora desde donde esté, nos mira” ( Si no está en el Cielo ¿dónde está?). Esto me lo dio “Dios y la vida” (¿dos dioses?)
Cuando nos encontramos a Dios, el Dios revelado por Nuestro Señor Jesucristo, el Dios de los Ejércitos, no siempre tenemos el ánimo para esperar de él lo que él quiere obrar, el cómo él quiere obrar, y en quién quiere obrarlo. Así les pasó a los habitantes de Gadara nos relata el Evangelio de San Mateo ( 8, 28 y siguientes) cuando Jesús expulsó a los demonios de aquellos hombres y estos, con su permiso, fueron a unos cerdos los cuales se precipitaron al mar. Los gadarenos se asustaron y le pidieron a Jesús que se fuera de su territorio. Qué cosa extraña, cuando Jesús multiplicaba los panes, lo seguían multitudes; cuando resucitó muertos, muchos creyeron; pero cuando realizó el signo más importante porque está en el Plan de Dios liberarnos del pecado derrotando al Enemigo; entonces no estaba en los planes, entonces le pidieron que se vaya. Dejar el pecado, reconocer el poder de Jesús sobre el padre de la mentira, ese es un tema que no nos interesa; no está en nuestros esquemas de lo que Dios debe obrar y cómo lo debe hacer. Sólo queremos el dios amuleto, que haga lo que yo creo que tiene que hacer.


Confiar en Dios en un acto de vida que compromete, que significa una actitud de hijos que obedecen a su Padre y reciben de El lo más importante. Que comprenden su vida desde un Plan en el que todas las cosas toman su lugar, y donde nuestros deseos están orientados por un gesto de confianza por el cual buscamos el bien y no el mal para tener vida.

martes, 1 de julio de 2014

ENCONTRAR A DIOS

El Salmo 5 describe la actitud del creyente, muy distinta del que sabe que Dios existe: “Pero yo, por tu inmensas bondad, llegaré hasta tu Casa, y me postraré ante tu santo Templo con profundo temor” (v.8)

El punto de partida es la bondad de Dios. Esa bondad que uno redescubre a medida que piensa en el camino de la propia vida donde ha visto brillar el amor de un Padre que me condujo hasta el presente. Y es necesario salir al encuentro de este Padre, llegaré hasta tu Casa. Dios no es un Dios cósmico, presente en todo y ausente de todo. Por el contrario, es un Dios accesible, encontradizo, palpable. Y no es un decir, no es un simple darse cuenta. Es una realidad patente y perceptible por nuestros cinco sentidos. Una presencia que quiso dejarnos en Jesús, y Jesús que está entre nosotros hasta el fin del mundo. ¡Qué sabiduría, la del Señor, querer quedarse en los Sacramentos! Nuestros ojos ven los signos sacramentales, nuestros oídos escuchan su Palabra, nuestras manos tocan su Cuerpo, nuestra lengua gusta su Sangre, nuestro olfato siente el perfume de su presencia.

Como pasa con nuestros sentidos en cualquier situación, hay veces que el ruido no nos deja distinguir ni oír la melodía de la canción que nos gusta; otras veces, la multiplicidad de cosas para ver, la atracción de sus formas y colores, no nos dejan poner nuestra mirada en lo que verdaderamente nos es agradable y querible; otras veces el deseo de las cosas que excitan nuestros sentidos, nos hace olvidar o confundir lo que verdaderamente desea nuestro corazón y aquello que auténticamente satisface nuestras expectativas. Se hace necesario el silencio, ese que deja que resuene en nuestro interior aquella voz que nos llama, aquel que nos deja percibir la caricia de aquel consuelo que esperábamos; de aquella seguridad que no nos llega de ninguna parte, sino de lo alto. El silencio que nos lleva a “apagar” los ruidos  que distraen y fijar la mirada en lo que estuvo siempre delante de nosotros, pero que nuestras distracciones y confusiones nos impidió gozar. Cuando esa actitud llega, se apagan los temores, y los monstruos que parecen dominar el espacio y someternos haciéndonos sentir pequeñas criaturas indefensas, desaparecen.
MIRA QUE ESTOY A LA PUERTA, Y LLAMO....


Nos invade aquí ese profundo temor que dice el Salmo. Ese temor es conciencia de la grandeza  y el poder de Dios en cuyas manos está nuestra vida y que no queremos perder. Su grandeza y nuestra limitación. Su poder y nuestra fragilidad. Su amor y nuestra miserable ceguera y mezquindad que no nos dejó ver que estuvimos siempre envueltos en ese amor. Temor de Dios, don del Espíritu Santo. Se lo pidamos en el Nombre de Jesús. Se cumplirá la Palabra en nosotros: “Todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se los concederá”. Si le pedimos tantas cosas buenas pero pequeñas y vemos cuánto nos las concede, ¡cuánto más nos dará lo que es el deseo de su Voluntad cuando nuestra voluntad lo desee!