Hoy la Liturgia tomó el Evangelio de San Lucas, la resurrección del hijo de la viuda de Naím. Antes de ese texto, el evangelio dice que Jesús estaba en Cafarnaúm, y que el Centurión de esa ciudad esperaba que Jesús hiciera algo por su sirviente enfermo. Los dcemás comentaron a Jesús: "Merece que se lo concedas porque él construyó la sinagoga". Y esa sinagoga está en pie hoy en Cafarnaúm. En mi peregrinación reciente a Tierra Santa no pude entrar a esa sinagoga por una cuestión de salud de ese momento. Pero pude darme cuenta de que Jesús salió de allí para dirigirse a Naím, y la verdad, que es bastante lejos. Le debe haber llevado algunos días llegar hasta Naím.
Naím es hoy una ciudad moderna y llena de musulmanes. No hay una presencia cristiana. Y si lo pensamos bien, por allí pasó el Señor, y los habitantes de ese pueblo dijeron "Un gran profeta ha llegado y Dios ha visitado a su pueblo". Sin embargo no estamos allí. ¿Qué pasó?
Estos días tuvimos algunas reuniones con los catequistas y vimos que las respuestas de papás y de chicos son igualmente desalentadoras. No hay una apertura ni una búsqueda de la fe en la mayoría de los casos. ¿Qué será de esta ciudad cuando pasen los años? Las nuevas generaciones apenas traeran cristianos tibios, si es que llegan a serlo. Pero ¿qué vamos a hacer?
Ahí está el cuestionamiento para aquellos católicos que dicen amar mucho su fe, pero no cultivan lo mínimo de ella. Se ha entendido fanatismo por testimonio. Se ha entendido realismo por fe. Se ha cambiado lo del mundo por el Reino de los Cielos. No parece interesar lo trascendente, lo eterno. Pero aquí está el mensaje de la Palabra de Naím.
¿Cómo haremos para abrir el corazón de la gente a esta obra de Dios?
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