martes, 5 de junio de 2012

SER IGLESIA EN TIEMPO REAL. EL HOY Y SUS DESAFÍOS


+ Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristobal de las Casas, México
HECHOS

La reciente destitución del director del banco del Vaticano y la filtración de documentos reservados al Papa, que reflejan posibles irregularidades internas, han dado lugar a que algunos se solacen desacreditando la autoridad moral que tiene nuestra Iglesia y a que personas débiles en su fe desconfíen, duden y se alejen. Sufrimos burlas y descalificaciones, que se suman al descrédito por los vergonzosos crímenes de pederastia clerical. Cuando inculquemos valores evangélicos o denunciemos el pecado, nos van a echar en cara estos hechos; los que no quieren reconocer sus fallas ni convertirse, se defienden aludiendo tanto a errores innegables del pasado, como a situaciones actuales nada coherentes con la fe.

En todas partes y en todas las instancias de autoridad, recibimos documentos de toda índole; por ejemplo, unos a favor de un sacerdote, y otros en contra. Nuestro deber pastoral es escuchar, analizar y tomar decisiones; pero si se divulgan sólo las opiniones desfavorables, no hay objetividad. En el caso de la Santa Sede, es normal que al Papa le lleguen escritos de toda clase, para que tenga suficiente información y decida lo pertinente; pero no por el hecho de que le lleguen denuncias y se divulguen, ya por eso todas son verídicas y justas. Muchas veces el escándalo se basa en hechos no comprobados.
CRITERIOS
Que hay pecado en la Iglesia, es inocultable; así ha sido siempre, dada la condición humana de quienes la integramos, de fieles y jerarquía. Esto no es privativo de la católica, sino que existe en las más diversas denominaciones religiosas. En días recientes, visitando un centro penitencial, los internos me informaron que fue detenido un pastor protestante quien, bajo la apariencia de llevar la Palabra de Dios, introducía droga al penal. Otro más, que despotricaba contra los “católicos borrachos”, ahora está recluido en un centro de rehabilitación para alcohólicos. El pecado, pues, existe en toda la humanidad. Esto no es para autojustificarse, pues el pecado siempre es reprobable y hay que luchar contra él. Todos los días, al empezar la Misa, reconocemos nuestra condición de pecadores y pedimos perdón.
La Biblia nos ilumina. Caín no toleraba que su hermano Abel fuera mejor, y lo mató. El rey Saúl no soportaba que David fuera más exitoso, y trató de eliminarlo. La envidia y la ambición de poder corroen el corazón humano. Los apóstoles, escogidos por Jesús, peleaban entre sí por los primeros puestos; uno de ellos se dejó corromper por sus ambiciones personales. San Pablo advertía a los creyentes de Galacia: “Háganse servidores los unos de los otros por amor. Porque toda la ley se resume en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si ustedes se muerden y devoran mutuamente, acabarán por destruirse… Son manifiestas las obras que proceden del desorden egoísta del hombre: las enemistades, los pleitos, las rivalidades, las rencillas, las divisiones, las discordias, las envidias…; quienes hacen estas cosas, no conseguirán el Reino de Dios… Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente” (Gál 5,13-26).
Ha dicho el Papa: “La Iglesia no existe para sí misma, no es el punto de llegada, sino que debe remitir más allá de sí misma, hacia lo alto, por encima de nosotros. La Iglesia es verdaderamente ella misma en la medida en que deja transparentar al Otro”; es decir, a Jesucristo; sin embargo, “nuestras divisiones hacen que nuestro testimonio de Cristo sea menos luminoso”. Pero, “a pesar de los problemas y la trágica realidad de las persecuciones, la Iglesia no se desalienta”.
PROPUESTAS
Yo creo que Jesús sigue vivo en esta su Iglesia, fundada por El, a pesar de sus limitaciones. Te invito a madurar en tu fe y en tu amor, a buscar a Jesús en tu comunidad de creyentes, en los pobres, en los sacramentos y en tus ministros, máxime en el Papa, y no alejarte ni desanimarte por nuestras fallas. Ayúdanos, con tu oración y tus consejos, a purificarnos y santificarnos, para que seamos un sacramento vivo de Jesús.

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