+ Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristobal de las Casas, México
HECHOS
La reciente destitución del director del banco del Vaticano y la
filtración de documentos reservados al Papa, que reflejan posibles
irregularidades internas, han dado lugar a que algunos se solacen
desacreditando la autoridad moral que tiene nuestra Iglesia y a que
personas débiles en su fe desconfíen, duden y se alejen. Sufrimos burlas
y descalificaciones, que se suman al descrédito por los vergonzosos
crímenes de pederastia clerical. Cuando inculquemos valores evangélicos o
denunciemos el pecado, nos van a echar en cara estos hechos; los que no
quieren reconocer sus fallas ni convertirse, se defienden aludiendo
tanto a errores innegables del pasado, como a situaciones actuales nada
coherentes con la fe.
En todas partes y en todas las instancias de autoridad, recibimos
documentos de toda índole; por ejemplo, unos a favor de un sacerdote, y
otros en contra. Nuestro deber pastoral es escuchar, analizar y tomar
decisiones; pero si se divulgan sólo las opiniones desfavorables, no hay
objetividad. En el caso de la Santa Sede, es normal que al Papa le
lleguen escritos de toda clase, para que tenga suficiente información y
decida lo pertinente; pero no por el hecho de que le lleguen denuncias y
se divulguen, ya por eso todas son verídicas y justas. Muchas veces el
escándalo se basa en hechos no comprobados.
CRITERIOS
Que hay pecado en la Iglesia, es inocultable; así ha sido siempre,
dada la condición humana de quienes la integramos, de fieles y
jerarquía. Esto no es privativo de la católica, sino que existe en las
más diversas denominaciones religiosas. En días recientes, visitando un
centro penitencial, los internos me informaron que fue detenido un
pastor protestante quien, bajo la apariencia de llevar la Palabra de
Dios, introducía droga al penal. Otro más, que despotricaba contra los
“católicos borrachos”, ahora está recluido en un centro de
rehabilitación para alcohólicos. El pecado, pues, existe en toda la
humanidad. Esto no es para autojustificarse, pues el pecado siempre es
reprobable y hay que luchar contra él. Todos los días, al empezar la
Misa, reconocemos nuestra condición de pecadores y pedimos perdón.
La Biblia nos ilumina. Caín no toleraba que su hermano Abel fuera
mejor, y lo mató. El rey Saúl no soportaba que David fuera más exitoso, y
trató de eliminarlo. La envidia y la ambición de poder corroen el
corazón humano. Los apóstoles, escogidos por Jesús, peleaban entre sí
por los primeros puestos; uno de ellos se dejó corromper por sus
ambiciones personales. San Pablo advertía a los creyentes de Galacia:
“Háganse servidores los unos de los otros por amor. Porque toda la ley
se resume en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero
si ustedes se muerden y devoran mutuamente, acabarán por destruirse…
Son manifiestas las obras que proceden del desorden egoísta del hombre:
las enemistades, los pleitos, las rivalidades, las rencillas, las
divisiones, las discordias, las envidias…; quienes hacen estas cosas, no
conseguirán el Reino de Dios… Si vivimos según el Espíritu, obremos
también según el Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los
unos a los otros y envidiándonos mutuamente” (Gál 5,13-26).
Ha dicho el Papa: “La Iglesia no existe para sí misma, no es el punto
de llegada, sino que debe remitir más allá de sí misma, hacia lo alto,
por encima de nosotros. La Iglesia es verdaderamente ella misma en la
medida en que deja transparentar al Otro”; es decir, a Jesucristo; sin
embargo, “nuestras divisiones hacen que nuestro testimonio de Cristo sea
menos luminoso”. Pero, “a pesar de los problemas y la trágica realidad
de las persecuciones, la Iglesia no se desalienta”.
PROPUESTAS
Yo creo que Jesús sigue vivo en esta su Iglesia, fundada por El, a
pesar de sus limitaciones. Te invito a madurar en tu fe y en tu amor, a
buscar a Jesús en tu comunidad de creyentes, en los pobres, en los
sacramentos y en tus ministros, máxime en el Papa, y no alejarte ni
desanimarte por nuestras fallas. Ayúdanos, con tu oración y tus
consejos, a purificarnos y santificarnos, para que seamos un sacramento
vivo de Jesús.