viernes, 3 de febrero de 2012

AÑO DE LA FE: una nueva oportunidad

Pasó desapercibido, pero el 25 de enero pasado se cumplieron 54 años de aquel mismo día de 1958 cuando el Papa Juan XXIII anunciaba su decisión de convocar a un Concilio Ecuménico en la la Basílica de San Pablo extramuros. Ese fue el puntapie inicial de una historia que se encuentra en un punto álgido. Quién lo hubiera pensado.
Una Sesión del Concilio Vaticano II
Cincuenta  y cuatro años parece un tiempo suficiente para que lo que se ve en un Concilio tome cuerpo y se asiente. Parece que no es así.
Retrotrayéndonos un poco, se sabe que aquel momento histórico del anuncio del Concilio fue mal tomado por los Cardenales de entonces. Ellos debían ser los principales colaboradores del Papa sobre el asunto. El inicio fue duro para Juan XXIII. Cuáles eran sus motivaciones. Quedaron plasmadas luego en la Constitución Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual. Este documento que emanó de los más de 2300 obispos reunidos en el Vaticano para dialogar, guiados por el Espíritu Santo, tiene una visión del mundo y su situación que sigue teniendo actualidad. Sin duda que estos cambios acelerados que los padres conciliares veían en el mundo los empujaba a querer poner a la Iglesia a la altura de la situación. Los historiadores dicen, sin embargo, que esas conclusiones no eran del todo el pensamiento del Papa Juan. No es de extrañar. Un profeta no tiene tan claro lo que significa la obra de Dios para adelante. Le toca la misión de comenzar lo que el Espíritu de Dios llevará adelante a posteriori.
Los cambios del mundo que tan elocuentemente el Concilio vivía y avisoraba realmente superaron todas las espectativas. Desde hace dos décadas al presente ya se hablaba de un Concilio Vaticano III. Pero a todas luces se ve que hubiera sido catastrófico realizarlo. La actual situación de la Iglesia y el mundo harían imposible pensar en la posibilidad de aunar criterios en torno a algo. Además, ¿haría falta?.
Si alguien mira a la Iglesia en su conjunto puede afirmar que no tiene aquella estructura hegemónica de antaño. Pero también puede sorprenderse de la variedad de riquezas y también de pensamientos que en ella se alberga. Las cosas han llegado a un punto de tensión importante. Pero también las cosas han llegado a un punto de reflexión común y verdaderamente católica: las conferencias episcopales, los sínodos de los Obispos, los Movimientos son fuentes de catolicidad y fermento de orientaciones maravillosas. No obstante la obstinación de muchos grupos y sectores de la Iglesia que se empeñan en querer ser los auténticos intérpretes de lo que el Espíritu Santo quiere para el Pueblo de Dios.
No hay que descartar en la visión de la Iglesia actual esos últimos grupos. Son factores de crecimiento y de detenimiento. Lo primero porque asumen puntos de referencia significativos aunque pocas veces llegan a reflexiones auténticamente católicas. En el afán de tener "la punta del ovillo" y en una tenaz desconfianza del Magisterio ordinario de los obispos; y más aún, del Magisterio ordinario del Papa; se autoerigen en los intèrpretes autorizados de la realidad eclesial, y aún más, de la realidad de Dios mismo. Aunque no se lo proponen, terminan siendo útiles a los detractores de la fe.
Hay que sumar algo saludable: la información abierta de todas las acciones eclesiales está llevando a una purificación mayor de la Iglesia. Con sus riesgos, las renuncias y medidas disciplinarias, sumadas a los tristes escándalos para los fieles y también para los infieles, están ayudando a una purificación de la Iglesia que el mismo Concilio no pudo lograr hasta la fecha. ¡Y cuánto lo hubiera querido! Tal parece que esta era una de las vetas inspiradoras para el  Papa Juan XXIII.
Resulta difícil una valoración suficiente. Personalmente me asustan aquellos que asumen posturas tan claras en un momento de tanta oscuridad. Digo tan claras porque interpretan los hechos con una seguridad que los hace poco creíbles. Me asombra la serenidad del Papa a la vez que la firmeza de su pensamiento. Me asombra la audacia de su comportamiento. Me asusta la actitud del "volver para atrás" de muchos. La gran tentación de que lo seguro era antes. Me asustan los grupos que critican descaradamente al Concilio Vaticano II porque piensan que "arruinó a la Iglesia". ¡La gran ruina es no creer en el Espíritu Santo! ¡La gran ruina es desconfiar del Magisterio de los Obispos en comunión con el Papa! Si negásemos este Concilio tenemos que negar todos, tenemos que negar la fe. ¿Cómo puede el crítico ponerse en el lugar de Dios para decir, tan suelto de cuerpo, que él sabe lo que está mal y lo que está bien? ¿Sabe más que los más de 2400 obispos del mundo reunidos en comunión con el Papa?
Detalle de la puerta de la Basílica de San Pedro.


No cabe duda de que si lo piensa así, ha perdido el sentido de la catolicidad, aparte del sentido común. Este es un punto importante en el Año de la Fe. Catolicidad no es igual a democracia ni a monarquía. Catolicidad es comunión de fe en un Cuerpo orgánico asistido por el Espíritu Santo.
No cabe duda de que si el crítico deplora a la Iglesia actual, ha perdido el sentido de la fe en la Iglesia. Si la Iglesia se ha vuelto para el crítico en un objeto histórico anacrónico, y su organización nada más que un pesado andamiaje que le impide a la "verdadera Iglesia" surgir; ya no tiene más que aceptar que ha salido de la Iglesia Católica.
Quiero sumarme a los católicos que creemos en nuestra fe. Sencillamente eso. Que no nos escandaliza el pecado de los bautizados, cualquiera sea su lugar en la Iglesia. Que nos duele profundamente, de verdad, todo el mal que muchos pueden hacer. Que queremos ser para la Iglesia un lugar de fe y de serena confianza, aunque sabemos que nosotros mismos somos en muchas oportunidades, los que actuamos contra la Iglesia. Que confiamos en el Espíritu Santo y estamos agradecidos por todo el bien que nos ha hecho en estos 54 años desde aquella inspiración profética del Concilio Vaticano II.


Con sentido común, espero que las orientaciones del Concilio Vaticano II vuelvan a tomar su lugar para que la Iglesia rejuvenezca en el presente. Así será. Lo sé. Porque Jesús es fiel.

1 comentario:

  1. Ma. del Rosario Grimaux8 de febrero de 2012, 9:41

    Muy bueno padre! Para seguir reflexionando, sobre nuestra fe en Cristo y en su Iglesia. Qué haríamos sin la asistencia del Espíritu Santo, creer y confiar... y actuar!!
    Espíritu de Dios, aumenta nuestra fe.

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