Me pongo a pensar en los muchos momentos anteriores vividos en la historia como fenómenos ateos y me doy cuenta que aunque haya mucha novedad en el modo de ateísmo actual, no difiere en su esencia en aquel reclamo de independencia del hombre respecto de Dios, y aquel sueño utópico del hombre viviendo sólo de sus creaciones y sus pensamientos.
Pero esto no significa desentenderme como creyente de la realidad del ateísmo actual. No podré nunca llegar hasta el corazón de los que no creen por mis solas fuerzas, pero sí podré ofrecerle la oportunidad a todos de saber que alguien ha encontrado una razón para vivir que va más allá de las propias aspiraciones, y que es un motor de vida que va generando una incesante renovación de las cosas, que involucra todo lo que se vive y que no se queda en un parche sino en una realidad que devuelve siempre la esperanza.
Aunque parezca increíble, los ateos nos están haciendo un bien enorme. Y qué curioso, ellos nos hacen más bien que aquellos que creen en otro Dios, no el de Jesús. Inclusive nos hacen más bien que aquellos que creen en Jesús, pero no el de los Apóstoles.
El primer bien que nos hacen es no darnos tregua en la búsqueda de la autenticidad, y nos exigen dar nuevos pasos de conversión. El segundo es que nos obligan a buscar creativamente nuevos modos de evangelización. El tercero es que nos ayudan a descubrir y a quitarles oportunidad a los "falsos hermanos", como llama San Benito en su Regla a los que abrazan la vida religiosa pero que no quieren hacer otra cosa que su propia voluntad. Desde esta consideración me siento agradecido; claro, también dolido. Me encantaría que no tuvieran nada que decir respecto de la honestidad y la pureza de nuestra fe. Reconozco que hay algo que nunca llegarán a comprender porque justamente no tienen oportunidad de tener un Otro frente a ellos.
Me explico. Una gran desilusión que conduce a la incredulidad es el pecado del otro. Para el no creyente, el mal del hombre corresponde con su naturaleza de modo inseparable e irremediable. El malo es malo siempre, y el bueno es disculpable siempre. Es disculpable porque no quiere jugar a bueno, sino que se reconoce malo y obra el mal "sinceramente". Esa es la resolución que el ateo encuentra a su inevitable comprobación del mal. ¡Atención! Es importante que los malos sean los otros; o al menos los más malos. Así se puede justificar la propia existencia y la propia acción. El asunto es que.... hay Otro.
Este Otro es Dios. Mi conciencia no tiene ya en sí su propia medida. Hay Otro que juzga, hay Otro en quien verdaderamente no puedo hallar sombra de mal, y por ello tengo con quien confrontarme. Pero si este es Supremo y puro Bien, entonces no puedo confrontarme, y menos cambiar. Sucede que no sólo es Dios, sino que también se hizo hombre como nosotros,por eso puedo acercarme y sentirme identificado. Por eso puedo decir que quiero ser como él. Y por eso no puedo compararme con otros sino con él, con Jesús. La distancia se achica porque él es frágil como yo, y no me alejo de él por mi miseria, porque él es misericordioso.
Esta es la respuesta, la necesaria respuesta al pesimismo ateo. Dios ha triunfado haciéndose hombre. El hombre ha alcanzado a Dios y la miseria del hombre no es un obstáculo. Dios no miente y el hombre tampoco. Podemos entrar en la santidad de Dios y vivirla con toda intensidad... pero no como Dios la vive en su eternidad. Mientras caminamos, la vivimos en el misterio de la cruz. La verdad es que ponerme a descifrar ese misterio en un artículo me llevaría muchísimo tiempo. Sólo la gran contradicción entre eternidad y muerte, santidad y miseria, fin de todas las cosas y comienzo de una vida nueva resumen lo que es la cruz, donde la vida se resuelve sin caer en la desesperación o la utopía.
La Fe nos reúne en una familia |
Porque la Cruz también es el lugar donde tocamos el límite de nuestra posibilidad de responder, y por ello, donde comienza la respuesta que tiene que dar otro. Ahí, donde nos queda sólo entregarnos, aparecen las manos tendidas de Dios. Sólo él puede darnos vida. Dándosela a Jesús, nos la da a nosotros. Porque de El ha tomado la humanidad entregada en el silencio de la muerte y ha hecho de esa humanidad limitada, incoherente, paradójica, su misma Palabra. Dios nos habla en el hombre, sí. Y en aquel hombre del cual desesperamos está la auténtica respuesta que el mismo ateo busca. Ups! Volvimos al punto de partida. Pero hay una diferencia entre el ateo y el creyente: el ateo piensa que frente a la humanidad no tiene ya nada más que decir; el creyente piensa que frente a la humanidad tiene que hacer silencio para escuchar.
Ese es el paso de la fe.