“La fe, en los profetas, más que la creencia abstracta de que Dios
existe y que es único, es la confianza en él, fundada en la elección:
Dios ha elegido a Israel, él es su Dios, y sólo él puede salvarle. Esta
confianza absoluta, prenda de la salvación, excluye el recurso a
cualquier otro apoyo de los hombres o, con mayor razón, de los falsos
dioses.”
Este es un párrafo del comentario a pie de página sobre
un versículo del Capítulo 7 del Libro de Isaías en la Biblia de
Jerusalén. Al leerlo, inmediatamente mi mente se fue hacia los miles de
bautizados que por el mundo andan buscando apoyos para su vida interior o
para sus necesidades inmediatas de trabajo o de salud. Recordé lo ya
publicado acerca de esa fe difusa en un dios indefinido.
El tema
en este capítulo de Isaías es el temor e incertidumbre que siente el
rey de Judá, Ajaz, que se ve sitiado por Samaría y Damasco. Tiene la
tentación de recurrir a la ayuda del rey de Asiria, a quien los otros
dos quieren combatir. Pero buscar esta alianza sería desastroso para
Judá como se lo advierte Isaías. En este capítulo, el profeta hace el
anuncio de la virgen que dará a luz un hijo al que pondrá por nombre
Emanuel (Dios con nosotros) como señal para Ajaz de que Dios interviene
en su historia como nación y que no lo abandonará. Un anuncio futuro de
un sucesor en el trono de David.
El momento político y práctico
para Ajaz se transforma en un momento profético y trascendente. La
historia que parece definirse por alianzas y poder político y bélico, es
ahora, ella misma, un signo de la intervención de Dios que ha sido
ligado a Judá por una alianza y una promesa, la alianza de Abraham, la
promesa de la descendencia consolidada hecha a David. El profeta,
enviado de Dios, hace ver que la historia política y personal no se
resuelve por condicionamientos circunstanciales y no puede ser visto tan
sólo como un hecho pragmático.
¿Cómo resolvemos nuestras
situaciones de vida? ¿No es el pragmatismo de los acontecimientos, de
las circunstancias, de las pasiones, de los miedos, lo que nos hacen
definir rumbos para nuestra vida? ¿No nos pasa que encontramos en esas
decisiones un camino que decididamente, lo sabemos en nuestro interior,
nos aparta de Dios, de nuestra fe, pero decimos: “hay que ser práctico,
la fe es la fe, pero la realidad es la realidad”?
Era esperable
que el profeta Isaías le prometiera a Ajaz que habría un triunfo de
Israel sobre sus enemigos. De hecho, la alianza de Samaría con Damasco
contra Judá y Asiria fracasará. Pero el signo de la intervención de Dios
que le da el profeta a Ajaz es un signo futuro de un descendiente que
le significará “Dios con nosotros”, Dios presente, realmente presente.
El sentido del tiempo, la conclusión de la historia concreta, la
expectativa de Ajaz, son sacados del inmediatismo del miedo, del
cálculo, de la cronología instantánea. Isaías no cae en la tentación de
anunciar, como los falsos profetas, un Dios que resuelve problemas
inmediatos, que ata parejas, que bendice decisiones apuradas, que
acompaña pasiones satisfechas. El mundo del “ya” que muestra su lado
fugaz como su único lado, lo único que te puede dar; se cae ante una
promesa inesperada: el Dios de la alianza no te promete algo, te promete
a sí mismo. ¿Hay algo más grande que él mismo? ¿Hay alguien, o alguna
alianza, un acuerdo, un premio, una vida inclusive, que pueda valer más
que lo que él te promete, que lo que él es? Ajaz se ve obligado a mirar
más allá de su presente inmediato y de la amenaza que lo agobia.
Nosotros nos vemos obligados a ver más allá de este presente que
vivimos. Este “más allá de” es lo que llamamos el sentido más puro de la
esperanza. Es la alianza de una promesa cumplida porque Dios ya está
entre nosotros, el Emanuel ya ha llegado. Es la alianza de una promesa
futura porque la historia personal y política son empujadas hacia un
futuro donde la presencia plena de Dios se hará una realidad tan
abarcadora que este presente en el que se juega lo cotidiano tendrá
entonces su final feliz… siempre que hayamos decidido el día a día desde
esta alianza, desde esta realidad, desde esta espera.
Porque un
niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre
sus hombros y se le da por nombre: "Consejero maravilloso, Dios fuerte,
Padre para siempre, Príncipe de la paz". (Isa 9:5)
¡Feliz Navidad!