domingo, 30 de noviembre de 2014

DE LA IMPOTENCIA AL PROTAGONISMO

Lucas 21, 29-33
El  cine catástrofe, es la imagen que más se acerca a la descripción que versículos antes de los citados Jesús utiliza para indicar la llegada del Reino de Dios. En las películas siempre aparece un héroe capaz de vencer las dificultades más increíbles librándose y librando a sus seres queridos de destrucciones, monstruos, zombies y cuanto la imaginación del libretista se presente. Una sensación de poder o suerte interminables del protagonista, y una ausencia e invalidez de todo principio de vida o mirada sobre el sentido y el fin de las cosas, se adueñan de nuestros sentimientos. Es revelador. Creo que en la vida diaria tenemos ese sentido. Vivimos como si las cosas no fueran a terminar nunca y como si la felicidad consistiera en esa paz sin fin que anhelamos.

Las religiones orientales lo han solucionado de manera agradable: ignorar los sufrimientos, la meditación para salir del mundo como se presenta y vivir como si nada pasara. A eso se debe su éxito en la sociedad occidental agobiada por las crisis y las vidas sin solución. Y en eso consiste su incoherencia con la sabiduría cristiana que en estas palabras del Evangelio de Lucas en vez de rechazar lo caótico de la historia presente, lo asume como un signo del Reino de Dios, como cuando vemos los brotes de la higuera que anuncian el verano. Jesús, desconcertándonos, nos dice que cuando suceda todo esto “tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación” (en el versículo 28, inmediato anterior a la cita).

El Maestro de doble manera nos pone ante la disyuntiva para tomarlo como único maestro de nuestras vidas a riesgo de vivir entre dos aguas irreconciliables, la esperanza o la desesperación. La fe sobrenatural o el sometimiento a un devenir del cual tenemos que huir. Al fin he encontrado una respuesta que me llena de certeza, de alegría y de temor.

La certeza es necesaria. Es la seguridad del sentido de las cosas, aún las catastróficas. Ninguna deja de tener sentido, y ninguna deja de estar sometida al único fin de la historia del cosmos y de la humanidad: Jesucristo. Su palabra va a ir más allá de nuestra vida presente. ¡Epa! O sea que el Señor no ha venido a darnos recetas dulzonas, de imágenes idílicas para que vivamos esta vida con mucha fe. Sus palabras irán más allá de la historia: “el cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán”. Ya sabemos el final de la película, pero esta no es una película como las otras. Es una realidad que abraza lo presente y se proyecta más allá. Un más allá.

Un más allá que me ubica como protagonista y no como espectador en esta realidad que no tiene la última palabra. Entiendo entonces el significado y la importancia de mi vida política (en el sentido propio del término), entiendo el ideal de una sociedad más justa, entiendo la perseverancia en el camino del bien, entiendo el “estén siempre alegres” de San Pablo (1Tes. 5, 16). El Apóstol no es un iluso, es un realista.

Y del miedo de la película catástrofe paso al temor de la realidad esperanzada. El temor ya no es sobre monstruos inimaginables, ni por poderosos malvados. El temor es por mi propia maldad, mi ceguera para ver la finalidad de las cosas, mi parálisis ante las desilusiones que me provocan las realidades y mi pérdida de tiempo para ponerme manos a la obra en la edificación del reino que se acerca. De víctima de la historia a protagonista es un paso gigantesco y posible. Estoy aferrado a un solo Nombre delante del cual toda rodilla se dobla.


Mejor recemos: “Padre nuestro… venga a nosotros tu Reino..”. ¡Uy, no! Mejor otra: “Dios te salve, María…ahora y en la hora de nuestra muerte”. ¡Peor! Mejor un credo: “Creo en Dios…desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”… no tengo escapatoria, voy a tener que creer nomás. ¡Ánimo!

miércoles, 26 de noviembre de 2014

EL REINADO DE CRISTO

Pienso en la vorágine del tiempo cronológico que se acerca a fin de año y todo el movimiento y organización que supone para la familia. Pienso en la ingente cantidad de objetos de consumo que se amontonan en los escaparates de los comercios y en la anticipación de previsiones de ventas que hacen los medios de comunicación social. Pronto vendrán las noticias sobre los precios de las carnes, los objetos navideños y las perspectivas de viajes a destinos de turismo. Y todo me figura en una gran y antigua Babilonia con su comercio árabe y la venta de esclavos, alimentos, objetos preciosos y un mundo de gente circulando por callejuelas intrincadas; con un barullo de voces ininteligibles y de intercambios anónimos.

Y me pregunto qué es lo importante y qué es lo menos importante. Qué es lo que define la vida de la sociedad y qué la frena. Me pregunto si la curiosa capacidad de olvidarnos de nuestros problemas sociales (violencia, drogadicción, narcotráfico y pobreza) con tanta facilidad por los días festivos y veraniegos para retomarlos con una pasión y llanto incontenibles cuando venga marzo, significa lo que somos o lo que nos pasa. Trato de buscar en medio de todo esto qué significa Cristo y su Reino. Y me digo si también él está en medio de todo este caos organizado y si su presencia representa ¿cuántos millones de dólares? (parece ser que esa es la medida de la importancia de los verdaderos acontecimientos en el mundo). Mientras tanto, reviso mi bolsillo y saco un reluciente billete de cien pesos cuya capacidad de significación está muy lejos de aquellos millones, y me digo si mi vida y sus acontecimientos cotidianos, aquellos por los que yo río y lloro y que significan lo más importante para mí, tienen algún valor o inciden en aquellos cálculos millonarios. O más bien creo que tengo que hacer una pregunta al revés: si aquellos millones, el caos organizado y los precios de la carne más los destinos turísticos modifican, mejoran o empeoran mi vida en algún sentido.

Me doy cuenta que la estridencia de los cálculos y los ruidos de los medios de comunicación no significan nada y corro el riesgo de que mi vida quede en la nada si no encuentro el principio y el fin de mi andar cotidiano. Entonces comprendo el reinado de Cristo como un acontecimiento y como un camino. El acontecimiento que le ha dado valor a mi vida cotidiana porque cada cosa que vivo tiene significado y valor (para el cual no alcanzarán los millones de dólares), es este paso de la cruz salvadora, de la vida plena del Señor resucitado que ha creado una escala de valores donde vuelvo a ser el protagonista y la razón por la que existen los escaparates, la carne, los millones y las noticias. Comprendo que hay un camino por el cual transito dando pasos firmes que no son estridentes y ni salen en las noticias. Pasos que responden a la vida de millones de seres humanos, pero que no cuestan millones de dólares. Son los pasos del Evangelio: “ustedes son la sal de la tierra, ustedes son la luz del mundo” (Mateo 5, 13). Comprendo que el camino tiene muchas dificultades, pero si no las tuviera ¿cómo sabría que mi caminar es diferente del que corre detrás del poder o del dinero? ¿qué novedad aportaría? ¿de qué valdría el esfuerzo de vivir con códigos no aceptados por la sociedad? Si Jesús estableció su reinado por el camino de la cruz ¿yo lo haré por el camino del poder y de la fama, del dinero o del placer?


Soy protagonista de la historia, estoy modificando los destinos de la humanidad, estoy aportando el principio del fin de la violencia, la drogadicción, el narcotráfico y la pobreza. No saldré en los diarios, no caminaré por Babilonia ofreciendo una mercancía más, no comentarán mi vida los programas faranduleros propagandistas de vidas voluptuosas y vacías. Y soy protagonista de un Reino que no tendrá fin, ciudadano por derecho de ese Reino, soy hijo de Dios y hermano de los hombres. Me ha tocado un lugar de delicias, estoy contento con mi herencia (Salmo 16,6)