jueves, 26 de enero de 2012

¿RELIGIÓN O DEMOCRACIA?

Este extraña la antinomia que el Sr. Osvaldo Bayer pone en su artículo publicado en Página 12 hace unas semanas atrás. Y digo extraño porque la antinomia que propone parece no coincidir con sus aspiraciones.
Partiendo de la gran decepción de los abusos tristemente vividos en la Iglesia católica, de los presentes en torno a las grandes religiones que atentan contra la dignidad de las mujeres, y otras de esa naturaleza; Bayer arriba a diversas conclusiones muy curiosas para cualquiera que siendo cristiano, tiene una cosmovisión tan diferente.

Algunos caballitos de batalla clásicos aparecen en su escrito: una visión pesimista del sentido del pecado; una conclusión utópica acerca del hambre en el mundo que desaparecería si las religiones funcionaran.

Su escrito no está fuera de la realidad de las cosas. Es tristísimo que no podamos tener una vida más testimonial en nuestra fe. Y es muy real todo lo que dice de los acontecimientos que perjudican la vida de tantas mujeres.


Pero la conclusión: las religiones deben desaparecer para dar lugar a la ciencia; es completamente descabellada. Con esta serie de argumentaciones pesimistas para dar lugar a una afirmación categórica se funda en el empirismo propio del cientificismo: lo que es demostrable es la verdad. En este caso, se demuestra que las religiones hacen el mal, luego, deben desaparecer. A esto le sigue que la ciencia, como hecho irrefutable de la verdad, es la solución a los males del mundo.

Está muy claro que no es así. Es una pena que desde la ciencia, el autor no plantee resolver el hambre del mundo; que la ciencia no ha podido resolver el problema de la contaminación ambiental; la ciencia no ha resuelto las guerras, ni la drogadicción, ni siquiera la comunicación. Con una técnica capaz de hacer dialogar a dos personas que se encuentren en lugares opuestos del mundo; la armonía entre los hombres, el diálogo, no ha logrado una comunión estable, ni la paz social. La ciencia, desarrollando el conocimiento del funcionamiento del cerebro humano hasta el detalle, la psicología y la psiquiatría, conociendo muchos misterios del alma humana, las estadísticas y las innumerables experiencias sobre el comportamiento humano, nunca dieron como resultado una mejor vivencia del amor humano, de la estabilidad matrimonial, del desarrollo personal.

Creer que la ciencia tendrá la última palabra sobre el bienestar y progreso del hombre es ya un antiguo y desgastado mito que pudo ser una motivación en tiempos antiguos, pero que hoy cae por su propia realidad.
¡Qué es lo que hice! ¿Ni religión ni ciencia?

Aquí vienen las otras cuestiones que están dichas en el escrito de Bayer: la religiòn es una invención del hombre para querer acercarse a Dios. Dicho pateticamente afirmado con mayor radicalidad por el Rabino Bergman en el comentario simpático que hace a la afirmación de Bayer: Dios no se ha revelado, no se ha dado a conocer. Luego, Bayer, por no hacer polémica, no comparte la alegre religiosidad de Bergman. pero no se da cuenta de que este Rabino no hace otra cosa que afirmar su propia conclusión y de un modo insosperchado: la verdad evoluciona; si ella evoluciona, entonces la ciencia tiene las puertas abiertas sin fin para hacernos crear la verdad. El bien del hombre será lo que él crea. Este es precisamente el abismo al que quiere llegar. Así el hombre necesitará de algo para poder orientar su presente: ¡la ciencia! ella nos dirá quiénes somos, qué está bien y qué está mal. Cuando la ciencia no tenga una respuesta clara, entonces podemos echar mano a las estadísticas. Estas nos dirán que lo que la mayoría hace, dice, piensa o sufre son la conclusión más tajante de la verdad.

Si sigo razonando, acabaré muy enredado, y los lectores más. Pero en este día de la conversión de San Pablo en que comencé a escribir este artículo, nuevamente la luz de la verdad a la que quiero conocer, que he recibido y que no puedo inventar, aparece delante de mi.
Cuando el antiguo Saulo, antes de su conversión, caminaba por Israel, tenía la verdad metida en su bolsillo, a Dios completamente definido en su experiencia, a las personas clasificadas en buenas y malas. Ese fue el abismo de su caída. Siempre estará la tentación de aferrar a Dios, de aferrar la verdad, de clasificar a las personas. Es curioso que Bayer haya hecho exactamente eso. Estas conclusiones, que parten de las experiencias, llevan inevitablemente al pesimismo sobre la realidad del hombre y a la búsqueda de una utopía. Pero llevan ante todo a la necesidad de liberar al hombre de toda responsabilidad y luego de toda culpabilidad sobre su presente. Los responsables son los otros. Los responsables son un grupo. Los culpables son los otros. Aquí, con este sentimiento surge la necesidad de liberarse del concepto del pecado.
Claro, el concepto de pecado que el Sr. Bayer maneja, está muy lejos del sentido de pecado que en la fe cristiana vivimos. El plantea el hecho del  pecado como explicación última del mal del hombre. De hecho lo es  así desde el punto de vista de la realidad que nos desborda: queriendo hacer el bien, hacemos el mal, nos dirá San Pablo. Y lo plantea sólo desde la culpa, como una fuga a la responsabilidad y al cambio. Esto no es así. El pecado es la causa más grande para que el hombre salga de sí mismo y vuelva a Dios. El pecado no es una respuesta a la realidad. El amor de Dios es la respuesta a la realidad del pecado. Es cierto que obramos mal y que eso se debe no a la maldad del hombre en sí, sino a la acción del Maligno que ha tocado al hombre, que fue hecho "muy bueno" desde el principio. Descubrir el pecado en el hombre es comenzar un camino de conversión, de cambio, que no se apoya en la ilusión de "otra cosa": la ciencia, la técnica, la filosofía, la meditación, etc. sino que se apoya en la búsqueda de la salvación, de la acción de Dios sobre el hombre. Esta acción de Dios sobre el hombre es Jesucristo, esta es la causa de la religión.
Entonces, la religión como búsqueda de Dios y de su voluntad, como búsqueda del reinado de Dios y no de los males del hombre, es un camino de bien que se enraíza en la acción misma de Dios y no en nuestras iniciativas. Es Dios quien ha buscado al hombre, se ha revelado, se ha dado a conocer. Y lo ha buscado por el hombre mismo, al extremo de encontrarlo haciéndose hombre como nosotros: Cristo.

Cuán fuertes suenan las palabras de San Pablo: "Nosotros predicamos a Cristo, y este crucificado. Escándalo para los judíios, necedad para los gentiles, pero para nosotros, fuerza y sabiduría de Dios". Es verdaderamente necio para hombres que piensan como Bayer, pensar que del hombre "pueda salir algo bueno", que pueda alcanzar la bondad, y qué menos, que pueda alcanzar la santidad. Pero es precisamente en el hombre donde Dios, que se reveló a sí mismo y reveló su voluntad, ha querido manifestar su presencia benévola.
Llegamos a la auténtica manifestación de religiosidad: el acto de fe. La fe que que es un salto por encima de la ciencia. Esto no quiere decir contradicción con la experiencia del hombre, sino comprensión de la experiencia humana. Una comprensión que le revela más allá de lo que toda ciencia podría darnos a conocer. Un hecho cognoscitivo más profundo que un saber intelectual. Un hecho que transforma la realidad del hombre, lo ilumina, lo introduce en la experiencia de la verdad. No podemos aferrar la verdad pero podemos encontrarla. No podemos hacerla caber en nuestro esquema mental completamente, pero podemos contemplarla. No podemos inventarla, pero podemos seguirla. No ha nacido de nosotros, ha venido a nosotros.

Desde esta fe comoprendemos que el mal del hombre, sea quien fuere el que lo comete, es su responsabilidad personal. Por ello, no la podemos transferir a circunstancias, historias o grupos. Ciertamente que los grupos humanos pueden tener una buena o mala finalidad. En definitiva, la bondad o maldad del presente de una persona o grupo, dependerá de su elección por el bien o por el mal. La elección del mal la llamamos pecado, en cuanto rompe la auténtica finalidad y naturaleza del hombre que fue creado para el bien, y rompe, ante todo, el vínculo vital con Dios como su meta y su fuente. Dios es el bien y la bondad, y unidos a él podemos vivirlos con plenitud como podemos en el camino de este mundo. Muy contrario concepto a la negación del ser que tan suelto de cuerpo hace el rabino Bergman en el comentario al título de Bayer. La bondad de Dios la experimentamos allí por la redención, es decir, por liberarnos de la culpa y llamarnos a una vida nueva. Esta vida nueva es posible, no sólo porque Cristo haya pagado nuestras culpas, sino porque ha creado en nosotros un hombre nuevo. La presencia de Dios en el hombre redimido es santificante: podemos ser buenos, podemos ser santos. Si no lo somos es porque no respondemos a esa realidad que somos y a la que estamos llamados.

Al pesimismo de Bayer le podemos oponer el optimismo realista de San Agustín: "¡Oh, feliz culpa, que mereció tan gran redentor!" Ante la miseria del hombre, la mano tendida de Dios nos ha levantado para construir con él, y nunca sin él, el mundo que soñamos porque él ha grabado en nosotros ese deseo y quiere llevarlo adelante. Aunque su sueño va más allá de lo que podemos pensar.

Si la religión se vuelve un obstáculo para el bien del hombre, es porque el hombre ha caricaturizado el proyecto de Dios. Cuánto más necesaria se hace una purificación de la religiosidad, para hacerla contemplativa, receptiva del don de Dios, testigo de la obra divina.