El título suena a día "dominical", del Señor, pero yo creo que cualquier argentino que lea este artículo sabe que no me estoy refiriendo a eso. Y resulta difícil ubicarme en el contexto de una nueva realidad que vivo como ciudadano y como cristiano. Digo difícil porque todas las elecciones anteriores fueron para mi lugar de religioso un paso de contienda electoral que está en la libertad de todos los ciudadanos.
Pero en este hoy, las elecciones presidenciales y demás tuvieron un contexto muy diverso. Me di cuenta de que somos dos grupos de argentinos, y que tenemos enfoques de la realidad que no se han podido encontrar todavía. El riesgo de designar a los otros como los malos y a mi como del grupo de los buenos está. Pero lo peligroso es que haciéndolo, fácilmente pasaré a ser del grupo de los malos porque no sabemos quién es quién. ¿Relativismo? No lo sé, por eso me embarco en esta reflexión.
Los dos grupos de argentinos no son antagónicos. Convivimos en una misma realidad, pero no compartimos los mismos intereses. Alguien me dijo que lo que ha privado es la realidad económica. De verdad, ha sido una preocupación desde que tengo uso de razón. Tristemente en mi casi medio siglo de existencia sólo escuché hablar de una prosperidad pasada que significó para mí sólo un sueño mítico de una Argentina inexistente. En cambio, de la preocupación económica recurrente, tema infaltable en el lenguaje político de cada elección, hoy asisto a un enfoque donde no parece ser tan importante como una cantidad de "logros" sociales que conviven con una interminable lista de protestas, cortes de ruta, etc, etc. ¿Qué nos pasa? Pero no lo tomen a mal. Cuando digo esto quiero decir ¿dónde estoy?
Esta feliz desubicación me ha abierto a los ojos para replantearme muchísimas cosas. Miren, una de ellas es que las banderas de la defensa de la vida, la lucha por la familia como base de la sociedad, el sentido auténtico de la dignidad humana, no son más que banderas raídas y gastadas aún cuando recién las hemos empezado a enarbolar. Es evidente que a una mayoría de argentinos no les importa mucho (creo que ni un corno) todos estos temas que a nosotros, "el cuarenta y pico" como dice un amigo, nos parecen tan fundamentales. En realidad, aceptémoslo.... no lo son.
¿Ya me llovieron las críticas? No me malinterpretes, más bien, interpretemos la realidad porque si escondemos la cabeza como el avestruz o nos miramos al espejo diciéndonos todo el día que hay que defender la vida humana desde el inicio de la concepción y damos cientos de discursos sobre el por qué el aborto es lo más aberrante que hay, no faltará un niño que nos preguntará "¿qué es la concepción?" (mientras que el pequeño probablemente ya haya tenido su primera y muy anticipada experiencia sexual). Amén de que cuando nos descubramos hablándole a una pared nos sentiremos locos, y el tren de la realidad se nos habrá ido.
Todo esto ¿qué me significa?. Yo me planto en mi lugar, porque si no estoy parado sobre lo que soy y en la misión que tengo, intentaré dejarme el pelo largo y hacerme una coleta (y ya estoy pelado), o haré el intento de ir al gimnasio para adquirir masa muscular (y ya está leudada). En definitiva, a mi me tiene atento la NUEVA EVANGELIZACIÓN. Esto quiere decir, impregnar con el Evangelio los criterios de juicio, las pautas de vida... y todo lo que dice la Evangelii Nuntiandi (exhortación sobre la Evangelización del Papa Pablo VI). Y evidentemente, en los cincuenta años de Concilio Vaticano II, los treinta y seis años de la Exhortación "Evangelii Nuntiandi", los treinta y tres años del llamado de Pablo VI a fundar una Civilización del Amor, los veintiocho años del llamado de Juan Pablo II a la Nueva Evangelización, aquí parece no haber pasado nada... la cultura se nos fue de las manos.
Es un modo de decir. Los cristianos no queremos tener la cultura en las manos, queremos estar dentro de ella. ¡Y NO ESTAMOS! ¡NO ESTAMOS!. Me gustaría echarle la culpa al relativismo, me vendría bien. El Papa habla mucho de eso. Pero sería querer seguir mintiéndome. Creo que simplemente no estamos por varios motivos y los que no podemos manejar, o son ajenos a nosotros, no deben preocuparnos. De esos se ocupará el Señor. Nosotros tenemos que ocuparnos de lo que nos toca.
¿Te fijaste que en los sectores populares, con honrosas excepciones, la mayor parte de la gente es evangélica? Sólo constato una realidad. ¿por qué me miran como marciano cuando voy por la calle? ¿Por qué encuentro gente tan preocupada de tener una medallita y tan poco preocupada de conocer a Cristo en el catolicismo? ¿Por qué cuando alguien te pregunta algo sobre la fe esperas que el cura de tu parroquia le responda a esa persona porque vos no tenés nada para decirle? NADA. ¿Por qué no sos capaz de enseñarle a tu hijo siquiera una oración? ¿Por qué no sabés explicarle que la vida es más que las cosas que tenemos? Ahí es donde la cultura se nos ha escapado.
Treinta años atrás o un poco más, podría haberle hechado la culpa a los curas de que los laicos no saben nada. Treinta años atrás, Juan Pablo II decía que los laicos eran un gigante dormido. Y me parece que siguen durmiendo. Hoy la ignorancia es una total indolencia. Treinta años atrás los laicos podían decir que la misa era aburrida, el cura la hacía así. Hoy que ponemos hasta un tambor en la misa, no logramos que un laico diga en voz alta y clara siquiera un amén. Apenas una tibia respuesta de un ser ausente que parece estar en la luna. Con un Evangelio del cual cinco minutos después de haberlo escuchado no es capaz de decir qué es lo que decía. Y es menos capaz de tomar una Biblia en su casa para leer ese texto que ya no se acuerda.
No voy a hablar de los otros, ya ven. Hablo de nosotros. Necesitamos un cambio sin perder identidad. Eso es lo que Benedicto XVI dice a cada rato. Me da vergüenza. Un hombre de más de ochenta años tiene que decirnos lo que tenemos que hacer los más jóvenes que él. ¿Habremos encerrado al Espíritu Santo en una jaula y nos hemos tapado los oídos para no oirlo? Perdóname, Santo Espíritu de Dios, y renueva la faz de la tierra.