sábado, 21 de junio de 2014

LA VIDA ES BELLA

Me gustó mucho la película que lleva este nombre, referida a aquel hombre judío que, a pesar de sus terribles vivencias de la persecución y tortura nazi, lucha por vivir con alegría y ayudar a vivir así a su pequeño hijo, preservando su inocencia a pesar del infierno en el que se encuentran.

Su actitud refleja estas palabras de Jesús: “La lámpara de tu cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado” (Mt. 6, 22). Por mucho tiempo, demasiado, pensé que las enseñanzas del Maestro se referían a lo espiritual de modo exclusivo y excluyente. Influjo sin duda del neoplatonismo que crea una distancia entre lo espiritual y lo corporal. Cuando el Señor me permitió conocer un poco más de las Sagradas Escrituras y su origen, conocí también que el pensamiento semita, que está detrás de todas ellas, no admite esta separación de uno y de otro. De modo que escuchar estas palabras del Señor significa entenderlas física y espiritualmente.
Esto físico lo refiero al hecho del “ver” más que del ojo mismo. Ver la vida, ver los hechos, verme a mí mismo, ver a los demás. Si mi mirada está enferma, todo mi cuerpo estará enfermo. Y aquí lo físico entra de lleno. El descubrimiento de las enfermedades psicosomáticas lo confirma. Descubrimiento que ha sido ponerles un nombre y darse cuenta desde lo científico. ¿Teníamos que esperar tanto tiempo para descubrirlo cuando ya estaba escrito en la Palabra de Dios? No hay duda, toda enfermedad que no se refiera a un agente etiológico externo proviene de una mirada enferma, de una enfermedad del alma.
Jesús, que eres la Vida, danos de tu vida por manos de María
Y un alma enferma la hemos referido exclusivamente al alma en pecado. Al que obra mal y tiene las consecuencias. Lo sabemos, también por el contrario, el alma enferma viene de lo opuesto, del recibir el mal del otro que enferma al que padece ese mal. Esto, a su vez, se ha reducido a aquella agresión voluntaria y maligna de otro: ofensas, injusticias, violencias. Lo que dejamos de lado es otra forma de agresión y de mirada enferma, la que va creciendo día a día desde el instante de nuestra concepción en el vientre de nuestra madre hasta el día presente, el día en que leemos estas líneas. Esta oscuridad que opaca nuestra vida y nos enferma, se origina en la mirada que los demás, y luego nosotros mismos, vamos forjando sobre nosotros. Lo que nuestros padres, parientes más cercanos, van “haciéndonos creer” y lo terminamos creyendo. Secretos reclamos, cargar culpas que no tenemos, desprecio por nosotros mismos, responsabilidades imposibles de llevar, todo va contribuyendo a la enfermedad de nuestro ojo, a su oscuridad. Llega un punto en que esta mirada comienza a extenderse sobre nuestro cuerpo, desde la inocente contractura hasta el cáncer terminal.
He conocido muchas historias de estas, y sigo viendo caminos de muerte en muchas personas. Y la verdad, a veces me desespero por la ceguera en la que caminan y de la que parecen no querer salir. Algunos ejemplos. Un amigo, comentándome de un edificio abandonado, me habló de su propietaria. Una señora que vivía sólo con su hija. La hija terminó siendo una persona extraña. Profesional, vivía sometida a su madre de tal modo que no hacía nada sin que ella lo aprobara, pero ya era una mujer que pasaba los 40 años. Era incapaz de salir de su casa y vivía enferma. Su madre continuamente la controlaba y le decía lo que estaba bien y lo que estaba mal. Esta hija adoraba a su madre. Nunca pensó que su madre le estuviera haciendo algún mal. Creyó que su vida dependía de esta mamá. Esto llegó a tal punto, que el día que esta madre falleció, su hija no pudo sobrevivirla más que un breve tiempo. Encerrada en su casa, llena de tristeza, tenía terror de salir, ya no tenía esa protección que se le había hecho indispensable.Llegó a convencerse de que su vida sólo tenía valor si su madre la gobernaba. Murió sola en su casa, sin ninguna enfermedad, al parecer de inanición. Tenía los ojos enfermos.

Otro amigo, lleno de vida, generoso, con una familia excelente a quien conocí; sufrió durante mucho tiempo la conflictividad de su madre y de su hermano. Ellos le reclamaban continuamente cosas que no tenían sentido. Se refería a su trabajo. Les molestaba que progresara, pero no era envidia, era el reclamo de una supuesta responsabilidad que este amigo tenía sobre su madre y hermano. La presión llegó a tanto, que un cáncer provocado por la tensión y la tristeza acabó con su vida en pocos meses. Una mirada enferma sobre sí mismo. Una incapacidad de sobrellevar la agresión que se transformó en autoagresión.

Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará iluminado, dice Jesús. Decía que a veces siento desesperación cuando veo obstinación por seguir teniendo el ojo enfermo. Cuando encuentro resignación cuando hay una vocación arrolladora de vida y de alegría en nosotros mismos. Cuando veo que se prefiere seguir viviendo una vida falsa, con alegrías falsas, con distracciones, una vida efímera que acabará en muerte; antes que buscar esa luz que hay en nosotros. Luz que no nos pertenece, que no se refiere a la naturaleza ni a energías cósmicas. Luz que es la luz de la vida, Jesús. Es decir, buscar esa salida espiritual auténtica, ese encuentro con Dios que es nuestro espejo, que nos hace vernos como verdaderamente somos. Pero mientras nuestra religiosidad siga siendo un parche consolador, un cúmulo de frases bonitas o rezos interminables que no tocan nuestra realidad (ni queremos que la toque), un último recurso porque, en definitiva no le creemos a Dios, no creemos en lo que significa el “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” como nos dijo Jesús.


Te invito a decirle a Jesús como aquel ciego cuando el Señor le preguntó ¿qué quieres que haga por ti?: “Señor, que vea”. 

jueves, 19 de junio de 2014

DE LO FALSO A LO VERDADERO


Es fácil encontrar en las páginas de facebook expresiones cargadas de sentimientos para con los “amigos”: sabés cómo te quiero, yo te quiero más, tkm, etc. Y de sentimientos igualmente intensos para los “otros”: estos se merecen…, son unos hijos…., ojalá se pudran…. Un salto del amor tierno y humano a un odio visceral, a sentimientos tan o más inhumanos que los sentimientos o hechos por los cuales se protesta.

“Si ustedes aman solamente a quienes los aman ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?” nos dice Jesús, el Maestro (Mt. 5, 46-47)

Cisnes de cuello negro.
Cerca de casa anuncian una belleza mayor. 
Es muy interesante reconocer qué resonancia tienen los publicanos para los discípulos que en aquel momento escuchaban al Señor. Hombres corruptos, miembros de Israel pero colaboradores de los invasores romanos. Hombres ambiciosos que hacían ganancias económicas y que se movían en el ámbito de las amistades de poder político o económico por interés de dinero. Ellos aman a los que los aman. Ellos aman por el interés que les devenga ese amor dado. Hay un interés.
Y qué resonancia tienen los paganos, hombres llenos de dioses falsos, generalmente dioses que son la encarnación de las pasiones humanas: la diosa de la fecundidad, el dios de las cosechas, el dios vengador, etc. El pagano tiene encarnadas sus pasiones en una aparente religiosidad.

Con una motivación u otra, el círculo del amor se estrecha y se vincula principalmente a esos intereses a esas motivaciones que están lejos de ser por el amor mismo, por el bien del otro. El otro tiene valor en la medida que me satisface, pero no tiene valor por sí mismo. Tiene valor por los afectos que me genera. Y esos afectos se motivan por las pasiones. ¿auténtico amor? ¿auténticos “tkm”?

“Yo les digo: amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores. Así serán hijos del Padre que está en los cielos” (Mt. 5, 45) Jesús nos lleva a sus discípulos a un punto de partida muy distinto. La razón de nuestros afectos ya no son los intereses ni las pasiones, sino nuestro origen, nuestro ser hijos del Padre. La fuente del amor parte de lo que somos y no de lo que los demás nos hacen. Y el amar auténtico es el que no parte de intereses ni motivaciones externas. Parte de nuestra identidad. Realmente parece un imposible. Sí, lo es si miramos desde las pasiones y de los intereses. Ambas cosas son como fuegos que nos dominan. Acostumbrados a dejar a las pasiones obrar en nosotros, nos parece un mundo imposible el Evangelio de Jesús. Nos parece una utopía inalcanzable. Lo es de verdad si Jesús es una idea y no una persona. Si Jesús es un conocido y no un amigo. Si Dios es un todopoderoso pero no nuestro Padre.

Un indicio muy frecuente de esto último es nuestra consideración de Dios: ¿por qué obra mal? “Dios es injusto”, “me enojé con Dios”. Como hijos caprichosos que creen saber más que su Padre, nos animamos a juzgarlo, cuando él es Juez. Nos parecemos a esos niños que patean a su papá o su mamá porque no les dio el gusto que esperaban, o que se enojan con ellos cuando se ponen celosos de los afectos que sus padres dan a otros niños. Como el hijo menor de la parábola del hijo pródigo, nos vamos de su lado, decididos a gastarlo todo porque creemos que así somos felices. Esas bendiciones de Dios nos gustan. Que se haga lo que nosotros queremos. Entonces sí decimos que Dios es bueno y que creemos mucho… pero siguen siendo nuestras pasiones satisfechas aun este amar a Dios, igual que los publicanos, igual que los paganos.

Qué importante es mirar a Dios nuestro Padre cada día, cada mañana para reconocer nuestra identidad. Señor, yo quiero ser tu hijo, mirarme en el espejo que es Jesús porque me hiciste a imagen de él. Quiero recordar este día que eres amor, que haces salir el sol sobre buenos y malos; y llover sobre justos y pecadores. Así, con el corazón más ancho que la estrechez de mis intereses y pasiones, amar en este día y todos los días a todos aquellos, que por la Sangre de tu Hijo, hoy son mis hermanos. Aunque no me amen, aunque no me beneficien, y aunque me perjudiquen. Amén. 

NUESTRA VIDA ES UN FARO


La frase suena pedante. No es el enfoque con la que la escribo. Me impactó la Palabra que el Señor me dio en un discipulado, Eclesiástico 48, 12-18. Pensaba desde que era muy joven que si mi vida cristiana la vivía con intensidad llevaría a muchos a creer en el Evangelio, en su poder. La motivación fue buena, me permitió descubrir la esencia de mi Vida Religiosa, mi vocación. Lejos estaba de comprender un error.

La vida del profeta Eliseo fue ejemplar y prodigiosa, sin embargo, no provocó la conversión de las multitudes. Es el cuestionamiento fuerte que me hizo la vida del Beato Carlos de Foucauld, quien vivió en el desierto del Sahara como sacerdote eremita. En esas grandes soledades sólo pobladas por silenciosos y esporádicos beduinos, testimonió a Cristo en un silencio que no provocó la conversión de nadie. Sigue latiendo dentro de mí esa incógnita que también cuestiona el sentido de la Evangelización. En la página de la Escritura sobre Eliseo se demuestra que aquel faro, es una soledad en medio de un grande y oscuro océano. Una insignificancia donde lo valioso es la luz que irradia, la seguridad que da depende del marino que se acerca, la eficacia depende de que alguien pase por allí cerca. El faro es verdaderamente insignificante.
¿Y qué es significativo? Aquí la mentalidad  del mundo empieza a verse en mí con claridad. La eficacia no es un criterio del Evangelio. La constancia sí. La luz sí. El saber estar, permanecer, sí. Las tempestades rodean a un faro, pero el faro sigue siendo lo que es y no se va de allí. Su luz disminuye cuando las altas olas lo tapan, pero recupera su intensidad y reaparece a la vista cuando estas aguas bajan.
Amanecer en Casa San Charbel.
Dios mío, desde la aurora te busco.  (Salmo 62)

Así mi vida, la vida de cada discípulo de Jesús, de cada bautizado, o sea, tiene un valor intenso e inmenso si permanece siendo luz, como aquel faro. La sociedad parece ir por cualquier parte, y probablemente seguirá así, pero mi vida no dejará de ser luz. Quizá valorarán lo que soy aquellos que en medio de su tempestad alcancen a darse cuenta que detrás de una gran ola hay una luz esperándolos, diciéndoles en silencio dónde está la costa, qué camino los sacará del peligro. Pero en todo caso, el sentido de mi vida no está en que aparezca aquel extraviado, sino en el ser luz, en esa luz que es el gozo y el sabor de mi existencia.


“Ustedes son la luz del mundo…así debe brillar ante los hombres la luz que hay en ustedes.” (Mt. 5, 14.16)

domingo, 15 de junio de 2014

“Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella”. (Mt. 10, 12)


Palabras del Señor que vi concretamente vividas por el P. Julio Gotelli OSB, quien siempre saludaba diciendo: “La paz con vos”. Y era un hombre de paz. ¿Dónde estaba esa paz que él tenía y que transmitía? Encuentro dos fuentes. Una es ese vivir en la presencia del Señor que se traslucía en su discreta manera de estar siempre en oración. A veces, por las mañanas, sentado en el coro del Monasterio haciendo una oración silenciosa, con una mirada seria. Estaba tan en oración que cuando se encontraban nuestras miradas, si es que en ese momento entraba yo por allí, él permanecía en esa seriedad de rostro muy ajena a su jovialidad habitual. No era un rostro severo, sino una mirada sumergida en la grandeza de Dios, en su misterio, en la seriedad de su presencia. Gesto de la criatura que se sabe infinitamente pequeña frente al Padre de las luces.

Vivir en la presencia del Señor. Un testimonio que el mundo necesita. Recientemente lo hizo el Papa al invitar a los presidentes de Israel y Palestina a reunirse en oración con él. No los invitó a dialogar sobre el asunto, sino a elevar sus miradas al Padre de todos, a la fuente de la paz que comienza allí, desde el Cielo, de donde vino el que es el Príncipe de la Paz, Jesús, Nuestro Señor. Vivir en su presencia está lejos de tener un comportamiento moral correcto. También los hombres de buena voluntad (secretamente guiados por la gracia de Cristo) pueden tener un comportamiento moral bueno, y a veces más bueno que el de nosotros los cristianos. Vivir en su presencia es anterior a nuestros comportamientos. Se transforma en una actitud y en un modo de ver las cosas, los acontecimientos, la propia vida, el mundo. Eso hace que seamos artífices de la paz. Nuestro punto de referencia no está en las cosas que pasan ni en la insignificancia de nuestras experiencias, aunque ellas sean tan patentes a nuestro ser. Nuestro punto de referencia está en el Dios de la paz que habita en el corazón de los que creen. En su Reino, presente entre nosotros, Reino de paz y justicia, ambas cosas divinamente logradas en el momento de la cruz. En su amor por nosotros, tan infinito como su existencia, y que es renovador constante de nuestra identidad, de nuestra alegría, de nuestra esperanza. Que nos devuelve al campo de batalla con una mirada nueva. Desde ahí brota el obrar cotidiano que también responde a esa presencia de Dios. Se mueve por ese motor primero, ya no por lo que pasa, por lo que me hicieron, por lo que se merecen, por mi resignación a que las cosas son así.

Mi querido Padre Julio tenía otra fuente de paz: la escucha. La Regla de San Benito, que diariamente meditaba en el oratorio  inicia diciendo: “…inclina el oído de tu corazón”. Una invitación a escuchar la voz de Dios. Esta actitud se traslucía en los momentos en que hablaba con cualquier persona. Sea joven o  adulta. Sea un niño, un pobre habitante de los cerros tucumanos; P. Julio te escuchaba con una atención tan grande que podía encontrarte al año siguiente y preguntarte con detalle sobre lo que habías conversado con él. Se involucraba en lo que escuchaba compartiendo con los gestos la intensidad del relato: con una sonrisa, con seriedad, con asombro. Pero siempre leyendo desde el Señor eso que escuchaba para hacer luego acotaciones breves y cargadas de significado. Tus palabras ya habían pasado por su corazón. Esto lo hacía un hombre de paz, un hombre de reconciliación. Uno habla con un sacerdote cuando tiene algún lío entre manos. Su devolución era siempre desde la mirada del Señor, mirada desde la fuente de la paz. Al final del diálogo tenía la sensación de que había encontrado un sentido tan grande a lo que estaba viviendo que era difícil quedarse con algún mal sabor, aunque fuera dramático el hecho relatado.

Esta segunda fuente de la paz, la escucha. Es esta escucha de todo lo que pasa como un paso de Dios. Paso salvador. Paso de su Reino que contiene el sentido de lo que vivimos. Su verdadero sentido.


Señor, hazme un instrumento de tu paz.