sábado, 3 de abril de 2010

SÁBADO SANTO

Acabo de comenzar un duelo. Providencialmente tan cercano a este Sábado Santo. Ha pasado el momento de la cruz. Ahora es el momento del silencio. Silencio de muerte. ¡Qué diferente es para el que cree este silencio! Hay un dolor de ausencia. Es un dolor de amor. El amor prolonga la presencia del que se ama y ese es el dolor. No sufrimos la muerte de un desconocido, por ejemplo. Simplemente muere. Cuando más, llegamos a sentir pena y un pesar momentáneo cuando estamos cerca del hecho o cuando alguien cercano a nosotros lo está. Pero cuando amamos a alguien y muere, entonces sí se hace profundo el momento. Con eso se ve que no se trata de la muerte biológica lo que provoca el dolor de la partida. En realidad es el amor. 

Mientras más amor, más dolor. 

Esta es la prueba incuestionable del valor del amor humano. No es una realidad física, o en ella no se agota. Reclama eternidad, reclama presencia constante. Dice de un donarse que no se acaba. Por eso es vital para el que cree volver sobre la ausencia del que ama. Hoy volvemos sobre la ausencia de Jesús.

Ayer una persona recordaba las palabras de un niño. Decía que Jesús era el que vivía en su corazón. No me gusta la frase. Me suena simbólica, aunque no deja de ser cierta. El Espíritu del Señor habita en los discípulos que hemos sido ungidos en el Bautismo. Pero lo que no me gusta es que el Señor resulta ser un ser querible, alguien entrañable... y nada más. Es el Señor de nuestras vidas. El dueño, porque fuimos comprados con su Sangre. Es el que está sentado a la derecha del Padre, porque tiene autoridad no sólo sobre nosotros como individuos, sino sobre nosotros como sociedad, sobre el mundo como creación, sobre el Universo que tiene su origen en la Voluntad omnipotente del Padre. Es mucho más que un ser querible...

Y hoy, al contemplar el sepulcro cerrado que contiene el cuerpo yacente del Maestro, resulta ser más que un duelo de alguien "que vive en nuestro corazón". El amor es más que eso. Es alguien que vive en nosotros, en todo nosotros. No se olviden que son el cuerpo de Cristo, nos dice San Pablo en la carta a los Corintios, que habita en sus miembros. Más que símbolo, una realidad. Cristo habita hoy en la región de los muertos. En el lugar oscuro del hombre, en esa zona que no podemos dimensionar pero que es completamente nuestra... y completamente suya. Allí, con su cuerpo sin vida, está el Maestro redimiendo a los muertos.

Este es el nuevo silencio, el que los no creyentes no pueden escuchar porque les habla de la nada. Pero al cristiano le habla del Todo. Para el que no cree le habla de oscuridad, para el creyente le habla de esperanza. Para el que no tiene Padre que es origen de su ser, es el fin de lo que fue y el desesperado horror del no sentido. Para el cristiano es la certeza del amor que lo abarca todo, también la oscuridad y la muerte.

Estoy a las puertas de tu tumba, Señor. Estoy a la espera de entrar y de que salgas. Porque cuando salgas podré entrar para salir victorioso contigo. ¿Dónde está, muerte, tu victoria?

1 comentario:

  1. María del Rosario Grimaux5 de abril de 2010, 7:06

    Feliz Pascua, Padre!!
    No puedo entrar al blog de la parroquia!! ¿Sabe qué sucede?
    Un gran saludo.-

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